La cultura-mundo.
Respuesta a una sociedad desorientada
Gilles Lipovetsky y Jean Serroy 
Anagrama. Barcelona (2010). 222 págs. 17,5 €. T.o.: La Culture-monde. Traducción: Antonio-Prometeo Moya.
París-Nueva York-París.
 
Viaje al mundo de las artes y de las imágenes
Marc Fumaroli 
Acantilado. Barcelona (2010). 921 págs. 36 euros. T.o.: Paris-New York et retour. Traducción: José Ramón Monreal.

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La cultura contemporánea que nos rodea en la ciudad y nos visita en tv, internet y cine, que buscamos en museos, teatros y auditorios es mezcla de pop, industria cultural, publicidad, cultura visual, marketing, entertainment, alta cultura, arte contemporáneo, pantallas… Fumaroli y Lipovestky y Serroy abordan el casi ilimitado tema con dos libros de distinta factura y propósito. El primero defiende la alta cultura y critica el mero entretenimiento cultural, mientras que los segundos se limitan a reseñar el giro de la cultura sin jerarquías.

La cultura de masas está hoy interrelacionada con la industria cultural y con un nuevo individualismo que disfruta del culto al cuerpo y de sus aficiones, mediado por la tecnología. 

Estos tres factores: capitalismo-consumo, individualismo y tecnificación muestran –conforme los presenta Lipovetsky y Serroy– la complejidad del mundo actual. Ya no existen las jerarquías y los géneros de la cultura tal como se concebía antes y, en cambio, se ha pasado a nuevos modos apresurados de hacer turismo cultural, y los propios artistas y arquitectos han sucumbido a la fama-vedettismo.

       
               
Las jerarquías y los géneros de la cultura de antes han dado paso a nuevos modos apresurados de hacer turismo cultural
       
En La cultura-mundo se aprecia que Lipovetsky sigue tratando temas que Baudrillard ha tocado con más complejidad y con un lenguaje para especialistas. Él mismo utilizó la palabra hiperrealidad, y, además del conocido Cultura y simulacro, ha publicado Pantalla total. Lipovetsky y Serroy también han publicado La pantalla global en 2008.

Los problemas expuestos en el presente ensayo están siendo analizados desde hace dos décadas por sociólogos, filósofos y otros intelectuales, como Zygmunt Bauman que analiza la sociedad de consumo que propicia el individualismo. Las vinculaciones del capitalismo con las relaciones románticas han sido analizadas por Eva Illouz en El consumo de la utopía romántica. Félix Duque atiende al mercado que ha invadido la esfera cultural y a la sociedad del espectáculo –tema también de Baudrillard– en Arte público y espacio político

No es preciso añadir más muestras para señalar la importancia del giro que ha tomado la cultura y el nuevo modo de consumir, de tal modo que tantos intelectuales lo analizan desde diversas ópticas para lograr superar la desorientación que mencionan Lipovetsky y Serroy en su subtítulo. Ambos autores nos proporcionan un ensayo muy divulgativo y de carácter general, por contraste con esos ensayos citado, de tema más específico. El modo como ambos autores enfocan estos temas resulta poco atrevido: parece que no han encontrado o no han necesitado buscar un eje interpretativo, como sí ha hecho Fumaroli en París-Nueva York-París con el ocio, o Innerarity con El nuevo espacio público. Tampoco tienen el mordiente de quien hace una propuesta inédita, comprometida, como sí ha hecho Gomá en Ejemplaridad pública.

Más que de la cultura, se habla de cierto consumo cultural y de la complejidad del mundo actual: el lector no encontrará una guía para discernir la auténtica cultura actual de sus productos de consumo o de la cultura visual, o de la estetización general o de los nuevos iconos-logos. Los ensayistas franceses constatan realidades y aciertan en muchos de sus diagnósticos, pero se echa en falta el análisis más lúcido y ágil de los primeros ensayos de Lipovetsky. 

El arte contemporáneo como entretenimiento

Si el libro anterior se mantiene en el ámbito descriptivo, el de Marc Fumaroli no ahorra valoraciones incisivas y a contra corriente.
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Recuerda que el otium –ocio– es, de algún modo, vida contemplativa; es un tiempo fecundo para el alma y tiene relación con los cimientos de la cultura europea tal como lo concibe Cicerón: un género de vida plena e incluso una vía superior de servicio a la Urbe. Fumaroli explica las distintas concepciones del ocio que han sustentado la historia del humanismo en Occidente. El otium es el medio nutritivo de las letras y de las artes, el que las hace nacer y el que posibilita contemplarlas. El “arte contemporáneo”, en cambio, tiene una específica relación con el entertainment –producto nacido en EEUU– y éste con el negotium, con la industria del arte y con la cultura de masas. 

Éste es uno de los nudos argumentales del libro de Fumaroli que ilustra con citas, glosas y comentarios de un amplísimo espectro de autoridades de la Antigüedad grecolatina, y un ingente número de artistas, literatos, humanistas, filósofos, teólogos de la historia de Europa y de los Estados Unidos: muchos o casi todos los que conforman las raíces humanistas de Europa, contrastados con los que han protagonizado las vanguardias artísticas nacidas en los jóvenes Estados Unidos y los actuales artistas contemporáneos.
       
               
Para Fumaroli, el “arte contemporáneo” tiene una específica relación con el entertainment, y éste con la industria del arte y con la cultura de masas
       
Ensayo de vasta erudición, de escritura elegante y fluida, desenvuelta y desbordante de datos. Fumaroli enhebra unas citas con otras en un ejercicio de retórica que absorbe por su prosa y por su atrevimiento políticamente incorrecto. Expone argumentos para mostrar cómo es el mercado creado en torno al “arte contemporáneo” y la banal utilización de imágenes de éste, porque el arte contemporáneo es incompatible con el otium clásico y cristiano, aunque se alimenta de ellos y los usa constantemente desvirtuándolos. Porque el arte mira a la realidad y el “arte contemporáneo” roba imágenes que reproduce insaciablemente.

Fumaroli muestra y comenta lo que está a la vista: pintura, escultura, arquitectura, fotografía, performances; lo real y su representación, las imágenes de lo real, su duplicación o multiplicación industrial en el arte… No sigue ni un orden cronológico, ni tampoco geográfico: va y vuelve de París a Nueva York y mira a cada uno desde los conocimientos que le ha aportado el otro. Se centra en el arte, pero éste es indisociable de la historia, de la política, de la religión, de la literatura, que se explican entre sí y que Fumaroli nos presenta enhebrando citas, explicando obras de teología y obras de arte cristianas, contrastando a Duchamp con Warhol, saltando en el tiempo y en el espacio constantemente, desconcertando quizá al lector al que deja anonadado y deslumbrado de referencias.

Profundo conocedor y enamorado de París, de su historia, cultura y literatura, no es menos erudito en la cultura norteamericana, como demuestra en sus afirmaciones y citas. Se muestra en estos diarios como un conocedor de lo que escribe, tanto académico –catedrático de la Sorbona y del Collège de France- como narrador o cronista de lo que ha visto y comprobado tanto en París como en Nueva York. Sus descripciones de los frescos de Pompeya son tan minuciosas como las de la exposición del MoMa que pudo visitar. Su admiración por la cultura francesa –Baudelaire es el autor más citado– no le impide fustigar a la cultura de Estado que se practica en su patria, y se ocupa de ampliar y precisar en este ensayo lo que escribió en El Estado cultural.