miércoles, 23 de marzo de 2011

Avishai Margalit: La sociedad decente (Paidós)

Ni humillados ni ofendidos

FERNANDO SAVATER 22/03/2011

A diferencia de las utopías, que son maniáticamente detallistas y cerradas (el sueño de unos pocos que se convierte en pesadilla de todos los demás, si se llevan a la práctica), los ideales sirven siempre de generosa inspiración pero pagan el precio de mantenerse inconcretos y permitir interpretaciones contradictorias. De modo que la pregunta "¿qué tipo de sociedad queremos?" no es nada fácil de contestar. Mencionamos palabras venerables -libertad, justicia, seguridad, igualdad...- pero luego constatamos que cada cual tiene su propia versión de ellas y que en todo caso no es fácil que casen unas con otras sin eso que Max Weber llamaba "choque de dioses".

Necesitamos una orientación general debatible y no un recetario de dogmas inapelables

Sin embargo, más allá de la solución de problemas logísticos concretos o de repeler ciertos males, parece humanamente necesario algún bosquejo de la sociedad deseable: en principio, por razones educativas. Quienes hoy propugnan abolir cualquier ideario político del programa docente -¡la infame Educación para la Ciudadanía!- denuncian así su pánico a definir de modo articulado y conjunto lo que tienen por preferible o a que, si lo hacen, se evidencie su incompatibilidad con los derechos fundamentales ya establecidos en las democracias contemporáneas. Al neófito que pregunta el porqué de cuanto proscribimos o prescribimos ningún maestro puede responder solamente: "De momento, es lo que hay".

Por supuesto, necesitamos una orientación general debatible y no un recetario de dogmas inapelables. Buscamos fórmulas no lacradas con el sello bloqueador de la izquierda o la derecha. De ahí el interés de La sociedad decente (Paidós) del profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén Avishai Margalit, cuya primera inspiración es probablemente la noción de common decency de George Orwell. Para Margalit, la sociedad decente es aquella cuyas instituciones no humillan a ningún ciudadano, es decir no lesionan el respeto que se tienen a sí mismos ni excluyen a ninguna minoría moralmente legítima. Las leyes encauzan y acogen, pero procuran no ofender imponiendo condicionamientos que jerarquicen a los ciudadanos en primera, segunda... o tercera clase. Desde luego, tampoco este desiderátum es obvio ni intuitivo y la obra del profesor Margalit -que tiene como trasfondo vital aunque no teórico la convivencia entre judíos y palestinos- recorre sus variados aspectos con análisis siempre interesantes aunque a veces objetables.

También en España se proponen leyes que pretenden acabar con posibles humillaciones en nuestra sociedad. En el Gobierno hay gente que ha leído a Margalit, por lo cual no cabe sino felicitar a los interesados. Su tarea desde luego no es fácil, porque en materia de humillaciones parece que nos va la marcha. Viendo imágenes recientes de las pasadas rebajas de enero, cuando tantos voluntarios de ambos sexos se avinieron a presentarse en los grandes almacenes en calzoncillos, bragas y sostén para conseguir así más calzoncillos, bragas y sostenes a buen precio, uno se pregunta cómo puede humillarse a gente tan contenta de humillarse a sí misma. Por no hablar de los numerosos programas del corazón basados en la humillación pública de espontáneos que la aceptan sea gratis o cobrando, pero sobre todo en la humillación moral de los espectadores que no solo no padecen ofensa al verlos sino que se refocilan rebajándose. Difícil salvar de humillaciones a tantos entusiastas de ellas...

Sin embargo, algo se puede hacer. Ya que la noción de igualdad entre los sexos ha sido un caballo de batalla de este Gobierno, pueden prevenirse humillaciones abogando por la custodia compartida de los hijos o los permisos de paternidad para los varones. Y como cunde la afición alguacilesca a prohibirnos cosas por nuestro bien, será bueno recordar esta opinión de Margalit: "el paternalismo, que pretende hablar en nombre de los verdaderos intereses de las personas, es especialmente humillante, en cuanto las trata como si fueran seres inmaduros". Contra la humillación, tolerancia, ecuanimidad y reflexión.

domingo, 20 de marzo de 2011

RELIGIÓN Y NEUROCIENCIAS

VÉASE: 


Sentido y sinsentido de la fe: Rentschler, Rabea y Könneker, Carsten


Desde que hace más de 150 años apareciera la obra de Darwin "El origen de las especies", existe una disputa sobre las consecuencias de la teoría de la evolución para nuestra imagen del mundo. ¿Se ha vuelto superflua la idea de un creador?

En 1879 Charles Darwin escribía a un amigo: "Me parece absurdo poner en duda que un hombre pueda ser un teísta apasionado y un evolucionista". ¿Son realmente incompatibles la fe en Dios y una perspectiva evolucionista estricta?

Wuketits: Creo que sí. Sólo si se toma la fe en Dios en un sentido muy amplio es compatible con la teoría de la evolución. En este sentido, Einstein era, en cierto modo, religioso. Más problemático resulta con cualquier tipo de fe en un creador, en especial con los creacionistas: la convicción de que el mundo surgió en seis días entra inequívocamente en contradicción con el pensamiento evolucionista.

Schröder: Sin embargo, se puede creer en un creador sin ser creacionista. Copérnico, Kepler, Galileo, los padres de las modernas ciencias naturales, trataron de comprender cómo Dios había creado el mundo. Querían descifrar el plan divino de la creación con la ayuda de las matemáticas.



Seguir en: 


Mente y cerebro: 45 -Biología de la religión
http://www.investigacionyciencia.es/Digital/solo_articulo.asp?indice=0

Homo religiosus Blume, Michael

El debate todavía vigente sobre ciencia y religión gira de nuevo: los investigadores indagan ahora las raíces biológicas de la fe. Múltiples datos revelan la espiritualidad y la religiosidad como productos "beneficiosos" de la evolución.
GEHIRN & GEIST / ANDREAS RZADKOWSKY
Inicio artículo

En el paleolítico medio, hace al menos 120.000 años, el Homo sapiens y el neandertal hicieron algo que hasta entonces no se le había ocurrido a ninguna otra especie de nuestro planeta: enterraron a sus muertos en lugares rituales. El número y la complejidad de estas sepulturas se incrementaron muy rápidamente, según permiten suponer los hallazgos arqueológicos. Hoy, por supuesto, se celebran funerales en todas las culturas; incluso los movimientos decididamente ateos conducen de modo ritual a sus muertos al más allá. En torno a Lenin, Mao o Atatürk se escenifica un culto verdaderamente religioso: sus adeptos los perpetúan en imágenes y citas, los protegen de las críticas e incluso les construyen lujosos mausoleos. Todo ello nos deriva a una conjetura aún irresoluta: ¿supuso la preocupación por los muertos el inicio de la religiosidad humana?
En contadas ocasiones nos encontramos preguntas de biología evolutiva como ésta en el acalorado debate sobre el sentido y el sinsentido de la religión que se desarrolla en los medios de comunicación, la política y la ciencia. Por un lado, una nueva generación de creacionistas religiosamente motivados ataca, bajo la consigna de "diseño inteligente", la todavía actual teoría de la evolución de Charles Darwin. Por otra parte, los "nuevos ateos", como el zoólogo británico Richard Dawkins, difaman toda forma de fe religiosa bajo el concepto de "ilusión de Dios". Lejos de este intercambio de ataques mediáticos, algunos científicos tratan de indagar las raíces biológicas del comportamiento religioso. Uno de ellos es Jesse Bering, psicólogo de la Universidad norirlandesa de Belfast, quien investiga desde 2003 a través de una serie de experimentos originales cómo surge la fe en "observadores sobrenaturales" (espíritus o dioses) e influye en la conducta de los individuos

más información
Recuadro -  "Yes, we believe!" ('¡Sí, nosotros creemos!') Bassimir, Anja-Maria y Blume, Michael


Cuatro razones por las que los estadounidenses creen de otra manera.

El comportamiento religioso no tiene sólo sus raíces en la biología; también está fuertemente marcado por el entorno cultural y social. Esto se refleja incluso en la interpretación de evidencias científicas supuestamente "duras": en Estados Unidos, los investigadores suelen coincidir en que los hombres con epilepsia del lóbulo temporal son especialmente religiosos. "En Alemania raramente se determina este hecho", constató hace algunos años el ya fallecido neurocientífico de Bonn Detlef B. Linke. Es probable que la mayor religiosidad, en términos generales, de los ciudadanos norteamericanos influya en que las declaraciones de los pacientes se interpreten más bien en un sentido espiritual. La comparación estadística entre Estados Unidos y Europa muestra que, de hecho, se diferencian claramente el tipo y la intensidad de las prácticas religiosas a este y allende lado del Atlántico. Cuatro son las causas principales.


http://www.investigacionyciencia.es/Digital/Productos00.asp?producto=675&listaDeBusqueda=Si

La violencia: la otra cara de la empatía


Revista Mente y cerebro: 47, 
Artículo completo La violencia: la otra cara de la empatía

 La violencia: la otra cara de la empatía Moya Albiol, Luis


La empatía y la violencia podrían compartir circuitos cerebrales. Tal particularidad abre caminos nuevos en la investigación para prevenir y tratar la conducta violenta en criminales y delincuentes.

Ponerse en el lugar de los demás, en eso consiste la empatía. Para algunas personas resulta una tarea sencilla, casi innata. Para otras, representa un proceso complicado, un esfuerzo activo que no siempre se logra, mas no por ello resulta imposible. Por lo general, se puede aprender a ser empático, a mejorar dicha capacidad e incluso a interiorizarla. El «cerebro empático» entiende con mayor facilidad los sentimientos, las emociones y los pensamientos de otras personas. Tal habilidad depende de la educación recibida, de las experiencias vividas y del aprendizaje de vida de cada uno, aunque también influyen factores biológicos, como la disposición y conformación de las estructuras cerebrales, la acción de diversos neurotransmisores, la estimulación hormonal y, posiblemente, la carga genética. Las mujeres, en general, se muestran más empáticas que los hombres. Ello se debe, en parte, a la exposición prenatal a las hormonas sexuales, proceso que organiza el cerebro en un modo específico, conformándolo como masculino o femenino antes del nacimiento mediante la acción cerebral de los andrógenos y los estrógenos. Dicha afirmación no significa que un hombre no pueda ser más empático que una mujer. De hecho, muchos varones lo son; además, las diferencias dentro de un mismo género resultan siempre mayores que las que surgen al comparar hombres y mujeres. Mas, según las estadísticas, ellas son más empáticas que ellos.
La empatía se conforma de dos componentes: uno de naturaleza cognitiva, otro de naturaleza emocional. El primero se relaciona con la capacidad de una persona para comprender y abstraer los procesos mentales de otro individuo. El segundo se refiere al acercamiento de un sujeto al estado emocional de otro, así como a las reacciones que ello le provoca. A pesar de la dificultad de evaluar la empatía, se han elaborado escalas y cuestionarios para medirla. Uno de los instrumentos de medida más empleados es el Índice de Reactividad Interpersonal (IRI), que evalúa la empatía desde una perspectiva amplia y en todas sus dimensiones, incluyendo factores cognitivos (toma de perspectiva y fantasía) y emocionales (preocupación empática y malestar personal).
 

sábado, 19 de marzo de 2011

CINE: El nuevo milenio de la A a la Z. HilarioJ.Rodríguez

Ir al pdf.:

http://www.ortegaygasset.edu/descargas/contenidos/01_Hilario%20Rodriguez.pdf
Revista de Occidente, marzo 2011

Alejandro Amenábar (Chile, 1972):

Los cineastas como Alejandro Amenábar son trucos de magia. De pronto están, de pronto no están.Hoy hacen una película española y mañana una norteamericana. Pero el arte no conoce fronteras.


Tras el nacimiento de Hollywood, un gran número de directores, actores, guionistas o técnicos marcharon a EstadosUnidos en busca de fortuna, como antes los buscadores de oro. Todavía hoy sigue habiendo una importante fuga de talentos que dejan su hogar y se van a probar suerte allí. Sin embargo, hay diferencias entre las olas migratorias de antaño y las de la actualidad.

Antes, quienes llegaban a Hollywood lo hacían con un mundo a las espaldas, mientras que hoy sólo acarrean ganas de adaptarse...

miércoles, 16 de marzo de 2011

Extimidad


Extimidad es el neologismo que define nuestra intimidad pública

LA VANGUARDIA Artículos | 31/12/2010 - 00:50h

Para intentar comprender las transformaciones tecnológicas que estamos viviendo, es bueno recurrir a los especialistas. El socioantropólogo Antonio A. Casilli, especialista en nuevos territorios digitales, acaba de publicar el libro 'Les liaisons numeriques' (Las relaciones digitales). Se trata de un ensayo divulgativo sobre una materia en constante mutación y que permite acceder a reflexiones y argumentos más solventes que las primeras (e intuitivas) impresiones de usuario. Casilli cuenta en qué medida las redes sociales y el uso ubicuo de la red está modificando la construcción de la identidad y cómo se establecen nuevos códigos de hospitalidad. Este cambio produce nuevas paradojas, como que seamos más hospitalarios en nuestros usos internáuticos que en la realidad llamémosle presencial, y menos reservados a través del teclado que cuando hablamos de viva voz.

La transformación, estructurada sobre distintos ejes que impiden una estabilidad digerible, también afecta a dos conceptos claves: la intimidad y la privacidad. Citando al psicoanalista Serge Tisseron, el autor utiliza un neologismo contrapuesto al concepto de intimidad: la extimidad. Escribe Casilli: "La instantaneidad, el aquí y ahora de los intercambios sin intermediación, que antes se reservaban al círculo familiar, es ahora una característica de las colectividades en línea. Y la exposición pública, con la circunspección y el carácter oficial que conllevan, también gobierna nuestras conductas más íntimas en la red".

Esta extimidad no es inocente. Conlleva nuevos riesgos y modifica jerarquías de valores que pueden trasladarse a la política (con una fácil expansión de opciones extraordinariamente radicales que no tendrían ninguna posibilidad fuera de la red, lo que se ha dado en llamar "el contagio del odio"), a la propiedad (con la instauración de una especie de comunismo libertario basado, presuntamente, en compartir lo que se tiene dinamitando infinidad de derechos e inercias industriales con la coartada del trueque digital), a la sexualidad (posibilidad de multiplicar, más allá de la convencionalidad, nuevas formas de participación, activa o pasiva).

Lo espectacular de la reflexión de Casilli es que, además de compilar un repertorio verosímil de transformaciones (sin caer ni en el alarmismo apocalíptico ni en el elogio baboso), crea una percepción global e interrelacionada del fenómeno. Que un progreso tecnológico modifique tantas actitudes y consiga influir en usos y costumbres individuales y colectivos de buena parte del planeta (creando nuevas discriminaciones y abismos, esta vez tecnológicos) crea un vértigo que, supongo, forma parte de este espectáculo. Lo más tranquilizador es que para comunicar todas estas constelaciones de datos y argumentos, Casilli ha utilizado un formato tan tecnológicamente obsoleto como el libro, el mismo que llevan años dando por muerto.

Nuevas magnitudes del ego

Ponga un ego en su vida, sí, pero que sea fetén, con garantía y sentido moral, inoxidable y creativo 

LA VANGUARDIA 13/03/2011 

El problema no es que las grandes personalidades tengan un megaego; el problema es que los tipos mediocres exhiban descaradamente un ego sin proporción. Esos egos inmensos sostienen las grandes arquitecturas de la vanidad y la ambición sin mesura, como el cable de acero dio seguridad a los ascensores y permitió construir rascacielos. Hay también egos en miniatura, coriáceos, con las estrías enrevesadas de una nuez y la potencia venenosa del cianuro. También hay política y politiquería, literatura y subliteratura, trascendencia y bajeza. A cada uno su ego, por supuesto, y su sentido del ridículo.

¿Tienen esos egos sin límites de hoy su parangón en los egos de la Grecia de Pericles o de Prusia en su esplendor? Los egos, seguramente, son los mismos, pero nuevos factores amplifican y desmesuran sus opciones hasta los excesos del impudor. Actualmente, casi todo aparece en pantalla, desorbitado por tanta proyección y ramificado en Facebook para que el ego tenga un público cautivo. Cierto que en otros tiempos tenía peso aquel “niño, eso no se hace”. Claro que no parece que sirviera de mucho con Mussolini. De todos modos, en el decálogo no escrito de la clase media se ejercían suficientes restricciones para un cierto disimulo del ego.

Lo mismo ocurría con el deporte. De reyerta de rufianes a tortazos, acabó teniendo un reglamento de juego limpio. Había una lección de estoicismo en el saber ganar y en el saber perder, un sistema de autocontrol. Formaba el carácter al sojuzgar los instintos. Hoy es todo lo contrario. El delantero marca un gol y se arrodilla en el centro del campo mientras medio estadio le aclama como a un semidiós con primas domiciliadas en las islas Caimán. Ya sea un jugador con mucho o poco ego, la escena magnifica lo que ha sido un logro de la autodisciplina y el buen juego. En la pista de tenis nadie chistaba al árbitro. Ese era el Bonaparte de la escuela de artillería. La política y el espectáculo coinciden hoy en la exposición de los mayores egos. Hay que remontarse a la leyenda de Calígula para reconocer a alguien como Lady Gaga. Indiscutiblemente, hemos retrocedido: hace años, lo que se comentaba era el ego ilimitado de Von Karajan. Ahí teníamos al Napoleón emperador.

Para un ego expansivo todo sirve, especialmente la televisión y el poder, aunque lo que los psicólogos llaman el nivel de ego se sirve de todo pretexto, desde la barra de bar a las proezas del buenismo o las concentraciones nazis de Nuremberg. Son egos inmensos que viajan en buques contenedor y necesitan grúas especiales para desplazarse a tierra firme y dedicarse a las altas finanzas o a la industria porno. Añadamos que el narcisismo y la desfiguración moral de la autonomía radical del individuo nos desvinculan, porque justifican algo así como la fuerza bruta del ego, la realpolitik del superego. Al desplazarse en jet privado, el gran ego elude las normas que imperan para los sujetos con un ego hecho a la medida del hombre. Ya conocemos las estelas destructivas de algunos superhombres que quisieron moldear el siglo XX. Pero también han existido egos monstruosos dedicados al altruismo y la filantropía.

Ahora que incluso los analistas políticos hablan de neurociencia, la localización del ego es ardua. La terapia no fija con exactitud las fronteras entre un ego sano y un ego insano. Para hacer algo grande, hay que creer mucho en lo que se hace, pero no al precio de creerse todopoderosos. Y, al revés, también hay egos inflados de falsa modestia. Las dimensiones del ego dependen de cómo nos vemos, de la importancia que nos damos y de la superioridad que nos atribuimos. Luego uno lo pule con elegancia o lo deja suelto, en plan basto. Hay que poner corbata al ego, recortarle las uñas, domesticarlo en nombre del trato que merecen los demás. Un ego eficaz no tiene por qué ser descaradamente agresivo.

Autosuficiente y dotado de omnipotencia, el ego de gran magnitud se cree dotado y legitimado para manipular sistemáticamente a los demás. Quizás haya ensanchado aún más el perímetro de los egos desmedidos el que sea tan manifiesta la ausencia de la figura del padre. También la abolición del sentido común. Por supuesto, la dislocación de aquella sabiduría tradicional que aconsejaba castigarse la vanidad con el orgullo. Caído Sigmund Freud de los altares, el ego ya no es lo que era. No se le busca en la psicología de las profundidades sino en el repliegue de algún circuito neuronal. Alguna ubicación se ha detectado –según informa www.sciencedaily.com– en la subregión del lóbulo frontal donde se procesan destacadas funciones cognitivas.

Por cada ego de peso correspondiente a una personalidad significativa, miles de egos desatados han sido atribuidos indebidamente a mentalidades mediocres. Es un mal de nuestro tiempo. Achica las opciones y por eso, en lugar de sentirnos entre el poder y la gloria, nos demoramos en la duda entre el café-café o el descafeinado con leche desnatada. Inmadurez, egolatría. La otra cara de la moneda sería el ego racionalizado frente al ego particularista. Ponga un ego en su vida, sí, pero que sea fetén, con garantía y sentido moral, inoxidable y creativo.

martes, 15 de marzo de 2011

Daniell Bell según Luis Racionero.

La relevancia de Daniel Bell

Luis Racionero, LA VANGUARDIA, 27-2-2011

Acaba de fallecer el sociólogo de Harvard Daniel Bell. Anunció los dos sucesos sociales más importantes del siglo XX: el fin de las ideologías y el principio de la sociedad postindustrial, luego se enzarzó con las contradicciones culturales del capitalismo, que son el tema de nuestro tiempo. Le faltó hablar de China, pero su legado intelectual merece ser conocido.

Bell falleció a principios del 2011 a los 91 años, habiendo publicado, entre otros muchos estudios sociológicos, tres fundamentales El fin de la ideología en 1960, El advenimiento de la sociedad postindustrial en 1973 y Las contradicciones culturales del capitalismo en 1978. Se definió como socialista
en economía, liberal en política y conservador en cultura
, algo más moderno que el famoso “monárquico en política, clásico en arte y católico en religión” del poeta T.S. Elliot.

Comenzó su carrera en la Universidad de Chicago, que en los años cuarenta fue la más brillante de EE.UU.,
luego pasó a Columbia, en Nueva York donde presentó su tesis doctora El fin de la ideología. Ese libro nació de un simposio sobre teoría política que se celebró en Milán en 1955. Allí se certificó el fin de las ideologías debido al triunfo de la sociedad del bienestar y al fracaso de la economía planificada
estalinista. Bell matizó que su tesis no afirmaba que se acabase el pensamiento ideológico, sino que morían
las viejas ideologías: marxismo, fascismo, utopismo; pero que a la larga surgirían otra nuevas.

Parece lógico suponer que si no hay ideologías, no hay partidos políticos: los neocons son una ideología. El
partido ecologista se basa en una ideología, bastante científica en este caso, y el partido socialista se basa en una ideología amputada de su marxismo, muerta en el hospital de la Seguridad Social y reencarnada en un capitalismo de facto. Mi ideología es una economía budista tal como la teorizó Schumacher en
Small is beautiful, maximizar la felicidad con el mínimo consumo de recursos. Pero eso será para después que pasen los chinos.

El siguiente anuncio de Bell fue el advenimiento de la sociedad postindustrial en 1973. Sucede cuando la cantidad de gente trabajando en el sector servicios supera al empleo en agricultura más industria. Ello
acaeció en España en 1984, si no recuerdo mal, y conlleva un tipo de sociedad, unos estilos de vida, unos valores diferentes a la que fue la sociedad industrial del siglo XIX y XX o a la anterior sociedad agrícola
comercial de los siglos anteriores al XVIII. Tan diferente como la sociedad preindustrial lo fue de la industrial, esta lo será a la postindustrial.

¿En qué consiste? Bell da cinco componentes:
  1. Paso de una economía que produce artículos (neveras, coches, ladrillos) a otra que produce servicios (viajes, ocio, asesoría, informes, tratamientos). 
  2. Preeminencia de la clase profesional y técnica. 
  3. La centralidad del conocimiento teórico como motor de la innovación. 
  4. La toma de decisiones por análisis de sistemas, coste-beneficio y otras técnicas en vez de por ideología. 
  5. El relevo de las élites, los propietarios son sustituidos por ejecutivos de la élite técnico-intelectual.


Todo ello confirma una nueva sociedad que ya no cambia por revoluciones, sino por los cambios en la naturaleza del conocimiento, la investigación sistemática, la inversión en I+D. Los últimos años de su vida profesional los dedicó a esclarecer las contradicciones culturales del capitalismo. Reconoció tres:

1. La tensión entre ascetismo y consumismo; 
2. Entre aburguesamiento y vanguardias, 
y 3. Separación de ética y ley. 

El capitalismo nace, según teorizaron Max Weber y Werner Sombart, del espíritu protestante y puritano. El capitalismo, dice Daniel Bell, requería un cierto tipo de carácter que replicara la psicología de la propia empresa: un individuo metódico, disciplinado, trabajador.

Una afinidad electiva entre carácter e interés material. En el trasfondo del cambio de carácter se necesitó una ética religiosa que lo sancionara: para el protestantismo todo trabajo era una “vocación”, en el catolicismo un castigo por el pecado original.

La ética protestante as a way of life consiste en devoción, frugalidad, disciplina, prudencia, amor al trabajo y gratificación diferida. La restricción del consumo permitía la acumulación de capital, un estilo de vida en que ganar dinero se convirtió en un fin en sí mismo, en vez de ser un medio para bien vivir. La ética protestante, concluye Bell, especialmente en su versión calvinista, proporciona la energía moral que mueve al empresario capitalista.

Pero ¿qué sucede cuando el primer capitalismo que es el de producción se transforma por su propio éxito en capitalismo de consumo? Pues que para vender se persuade a los puritanos laboralistas, por medio de la publicidad y la televisión, de que se transformen en consumidores hedonistas.

Se reniega de la frugalidad en aras de las compras a plazos y la tarjeta de crédito. La contradicción está servida: un sistema basado en el ascetismo sólo puede sobrevivir en el despilfarro.

Esa contradicción la pusieron en evidencia los movimientos hippies de los años sesenta, rechazado lo que Marcuse definió como “excedente de represión”. La represión calvinista del origen del capitalismo sobraba, cuando esto entró en la sociedad de consumo postindustrial, y los jóvenes se la quitaron de encima, como la corbata y el sostén. Esa es la más potente contradicción cultural en que todavía se debate el capitalismo. Las otras dos son más llevaderas, especialmente la del ser burgués y que tenga que gustarles el arte de vanguardia.

´El crepúsculo de la izquierda´, Luis Racionero

Por qué pierde la izquierda en toda Europa menos en los países con atraso sociológico y político por dictaduras reiteradas o persistentes es una pregunta que los intelectuales se resisten a plantear precisamente porque la izquierda les ha convencido de que un intelectual ha de ser de izquierdas.

Eso fue así hasta la Segunda Guerra Mundial, pero a partir de 1955, por tomar un hito que fue el Congreso para la Libertad Cultural en Milán, Daniel Bell osó anunciar El fin de la ideología, libro publicado en 1960. Sin ideologías no hay partidos y sin ellas, los partidos que intentan subsistir se quedan sin discurso. Lo tuvieron, en el siglo XIX, pero ya no lo tienen porque la izquierda ha muerto de éxito.

Después de la II Guerra Mundial, John Maynard Keynes colaboró con el partido laborista inglés para establecer una fusión entre capitalismo y socialismo que es el sistema en que nos movemos ahora todos los países democráticos y desarrollados. Un capitalismo con cara humana, matizado por el welfare state. No por casualidad Keynes era íntimo en el grupo de Bloomsbury, un conjunto de artistas e intelectuales ingleses discípulos del filósofo George Moore que creían, en palabras de Clive Bell, que el fin de la existencia humana son ciertos estados mentales serenos, intensos y refinados que sólo se consiguen bajo tres condiciones necesarias: seguridad, ocio y libertad. El socialismo fabiano de los Webb, Bernard Shaw, incluso Bertrand Russell propició que en 1945 se instaurase el welfare state para paliar las desigualdades causadas por el mercado y la competencia. Se montó así un sistema mixto social-capitalista o capital-socialista que es el que usamos en la UE.

De modo que las ideologías de izquierda del siglo XIX, comunismo, socialismo, anarquismo, han conseguido las reivindicaciones que su lucha durante ese siglo ha impuesto en el siguiente:

  1. semana de 40 horas, 
  2. condiciones de trabajo más humanas, 
  3. seguridad social, 
  4. derecho de huelga, 
  5. subsidio de paro, 
  6. jubilaciones, 
  7. sanidad y educación gratuitas.

Cuando una organización o movimiento consigue sus reivindicaciones, se disuelve o se inventan otras. Lo malo es que reivindicar los derechos de los marginados no es tan de vida o muerte como bajar la semana laboral de 60 a 40 horas y puede que esas nuevas reivindicaciones no levanten tantas adhesiones como las más apremiantes injusticias del capitalismo salvaje del siglo XIX.

Bell sostiene que en El fin de la ideología no dijo que se acababa el pensamiento ideológico, sino que el agotamiento de las viejas ideologías iba a conducir inevitablemente a defender ideologías nuevas: “Al final de los años 50 nos encontramos con una desconcertante censura. En Occidente,entre los intelectuales, las viejas pasiones se han gastado. La nueva generación se encuentra buscando nuevos propósitos dentro de un marco político que ha rechazado las visiones apocalípticas y milenaristas.  En busca de una nueva causa que defender, se observa una profunda, desesperada, casi patética ira... una búsqueda incansable para dar con un nuevo radicalismo intelectual. La ironía para estos que buscan nuevas causas es que los obreros, cuyas reivindicaciones fueron antes la energía que movió el cambio social, ahora están más satisfechos con la sociedad que los intelectuales”.

De modo que los intelectuales van por un lado y los trabajadores por otro. Unos querían mejoras concretas en su nivel de vida, los otros querían cambiar el mundo y hallar un sistema de organización social y económica que sustituya al capitalismo. Pero no lo hemos sabido encontrar y así como la democracia es el menos malo de los sistemas políticos, el capitalismo, por ahora, se ha demostrado el menos malo de los sistemas económicos.

Los intellos típicos hablan de la vieja y la nueva clase trabajadora y debaten cual teólogos porque su objetivo no es iluminar los cambios sociales que están ocurriendo, sino salvar el concepto marxista de cambio social y la idea leninista de los agentes del cambio. Están perdidos. Si la clase trabajadora está cambiando de naturaleza en la sociedad postindustrial, ¿cómo mantener la visión marxista del cambio social? Y si la clase trabajadora no hereda el mundo –de hecho, disminuye–, ¿cómo fortificar la dictadura de proletariado y el papel del PC como vanguardia de la clase trabajadora? El partido comunista se quedó sin ideología, el socialista ha conseguido aplicar sus peticiones. Falta discurso.

No tiene por qué ser malo. Otras ideologías surgirán en su lugar; la ecología ya lo ha hecho, y otras, como la economía budista de Schumacher, pueden aparecer. Lo malo es que partidos sin ideología e ideologías sin discurso se queden como momias e intenten ganar elecciones una vez muertos como el Cid. Quienes sacaron a pasear al pobre Campeador muerto son los mismos que nos piden el voto para una izquierda que murió de éxito o de fracaso.

El arte de «copypastear»



 
Antes se le llamaba inspiración o referencia. Luego se puso de moda la retroalimentación, admitiendo que en el acto creativo, incluso en el más excelso, nunca se parte de cero. Porque el creador es antes observador, del vuelo de un pájaro o del azul Klein, siempre a la caza de pellizcos que actúen como detonantes para desarrollar una idea. Hoy, cuando el plagio se ha convertido en una epidemia, nuestra sociedad ha interiorizado el copypaste: ctrl.c + ctrl.v, copiar y pegar. El mecanismo es tan fácil, rápido y barato que a menudo la apropiación es inmediata y se tiende a olvidar la propiedad intelectual, como quien acaba creyendo sus propias mentiras. El libre acceso ciudadano a las fuentes, mediante internet, favorece la idea del conocimiento como bien colectivo pero difumina las fronteras de la autoría. 
 
Las comillas, para algunos, son engorrosas, un abrupto en medio de una voz que quiere ser única, sin cargar al lector de nombres y títulos. Citar la fuente es un principio básico para quien analiza y difunde conocimientos ajenos mezclados con los propios. Pero no hay semana en la que no llegue una nueva noticia de apropiación de materiales. Ha sucedido con el ministro de Defensa alemán quien, según parece, copió el 20% de su tesis doctoral; un caso parecido al del hijo de Gadafi que, hasta que a su padre no se le ha juzgado internacionalmente, su tesis no ha sido investigada por la London School of Economics. El escritor Michel Houellebecq ganó el Goncourt el año pasado con un libro donde usa sin complejos párrafos íntegros de Wikipedia. El copypaste se extiende más allá del teclado: Madonna no demandará a la genuina Lady Gaga por plagiarle el single, pero la prensa británica la acusa de robarle la portada a Kylie Minogue. En Alemania hallan un arsenal de falsos Giacomettis made in China que pese a su mala calidad hacían babear a sus compradores. Y en España nos hemos acostumbrado a que los «defensores del lector» de los periódicos tengan que recordarnos para qué sirven las comillas, mientras que las editoriales ya usan un programa informático que resuelve si los llamados originales lo son en verdad, y no circulan previamente fragmentos de los mismos en la red.

En cuanto a las marcas, las más copiadas han multiplicado las gestiones de sus abogados para perseguir a los falsificadores. Comprar un bolso falso de Vuitton o Chanel en Canal Street de Nueva York o en un fake-market asiático empieza a ser asunto arriesgado que se practica en las trastiendas, donde vendedor y comprador actúan como si traficaran con sustancias ilegales. Como paradoja hipermoderna, los modelos más falsificados aumentan su prestigio, entendiéndose el plagio como una forma de adulación. Porque ¿qué valor tiene hoy la originalidad? ¿O el verdadero valor es la apariencia en lugar de la autenticidad?

(La Vanguardia)

Joana Bonet / 7 mar 2011 /

La anticrisis del lujo

FUENTE: http://www.joanabonet.com/2011/03/la-anticrisis-del-lujo/


Basta leer en la lista de Forbes el nombre de Bernard Arnault, presidente del grupo LVMH (Louis Vuitton, Moët, Hennessy) para que hasta el cerebro acudan veloces algunas imágenes que ilustran la palabra lujo, un concepto cuyo significado ha mutado a pasos gigantes. Nada que ver con la definición de la RAE: «Demasía en el adorno, en la pompa y en el regalo». Lo que representa Arnault y su sector, que en un pésimo año para las finanzas como el 2011 han alcanzado importantes beneficios, es algo mucho más complejo y sutil que la abundancia, el artificio o la ostentación. 
 
«El lujo hoy se ha espectacularizado, se ha convertido en un fenómeno de masas», me contaba hace pocos días Gilles Lipovetsky en Madrid. El sociólogo acompañaba sus reflexiones con algunas cifras simples: en 1997 tan sólo había dos tiendas Louis Vuitton en el mundo, hoy hay 445. Y en el caso de Dior, de 22 a más de 200. De una pequeña tienda de exquisitos curtidores milaneses, en Via Montenapoleone, Prada ha pasado a ser la contraseña para una manera de entender la vida. ¿Qué ha ocurrido en sólo quince años? Las nuevas multinacionales del lujo encargan edificios a los arquitectos más pritzkerados y patrocinan exposiciones en los grandes museos. Todo ello, a fin de universalizar su marca con sofisticados equilibrios: al aumentar la producción banalizan su exclusividad, y para compensar la dotan de exquisitos modales florentinos. Detrás del producto hay una marca, un mito, pero lo que en verdad hace temblar las hojas de cálculo es proveerlo de alma: la inversión en marketing.

Aunque su brillo resulte obsceno frente a la precariedad y la lista de parados, difícilmente hoy se puede abordar el lujo con el rechazo visceral al término por sus connotaciones clasistas. Porque el fenómeno de la distinción se ha extendido hasta los yogures premium; un lujo emocional más que material. Poseer un bolso, un coche o un perfume asociados a determinados valores de marca promueve la ilusión de ser condecorado con dichos atributos. Porque si el lujo influye en alguna percepción es en la del beneficio simbólico. Ahí esta la recompensa: estatus y estilo que, en un efecto puramente aspiracional, otorga. Cuando un hotel te da las buenas noches con una chocolatina en la almohada o un dependiente te ofrece una copa de champán, se percibe de qué manera la distinción es una metáfora de la condición humana: hacerte sentir especial. El nuevo lujo, a pesar de la crisis, asienta su reinado rehabilitando lo antiguo y montando un gran show para que su etiqueta penetre en el imaginario. Los multimillonarios de la lista Forbes seguirán comprando leyendas para abrir nuevas tiendas en Hong Kong y lograr que sus clientes, por un instante, se sientan más guapos y altos. Será sólo un instante, y probablemente nada tendrá que ver con la belleza del objeto.
La Vanguardia
Joana Bonet / 14 mar 2011

Hiperrealidad

Se denomina ‘hoax’ alas mistificaciones que, como la de Sokal, juegan al engaño 


Josep Maria Ruiz Simon
LA VANGUARDIA MARTES, 8 JUNIO 2010

Jean Baudrillard
describió, en una de sus obras, lo que le puede suceder aalguien cuando le da por simular un hurto en unos grandes almacenes o un atraco en un banco. Cuando uno imita bien un robo y le acaban pillando, resulta difícil convencer alos de seguridad de que se trataba de una rapiña ficticia. La acción, los gestos, son los mismos que en un hurto real. No hay entre ellos, si la interpretación es convincente, ninguna diferencia perceptible. Tampoco la hay en el caso del atraco, un tipo de imitación en el que la probabilidad de que lo real se mezcle con lo simulado, sobre todo si también se finge la toma de un rehén, aumenta considerablemente. Si se trata de un simulacro perfecto, el simulador puede encontrarse sin dificultad con un policía que le pega un tiro o con un cliente al que le da un infarto. Pero, desde el punto de vista de la teoría, el problema cuando uno lleva estas simulaciones hasta el final y acaba llevándose el botín. A partir de ese momento, las diferencias entre el delito fingido y un delito real tienden a borrarse.Algo parecido sucede con las imposturas intelectuales.

Tal vez algunos lectores recordarán que en 1997 el físico Alan Sokal publicó, junto con Jacques Bricmont, un libro cuyo título aludía aestas imposturas. Sokal hablaba con conocimiento de causa. Apenas un año antes, había conseguido que la revista Social Text, de la Duke University  Press, se zampara un absurdo escrito presuntamente filosófico en el que amalgamaba una serie de sandeces cuya principal virtud era satisfacer paródicamente los prejuicios de sus editores, que lo publicaron sin darse cuenta de la trampa. Sokal utilizó esta estratagema para poner de manifiesto que no era precisamente oro todo lo que relucía en determinados discursos que circulaban bajo bendición académica. Si hubiera llevado más allá el juego, es probable que gracias a esta publicación hubiera conseguido también uno de esos tramos con los que las autoridades competentes incentivan salarialmente la excelencia investigadora y contribuyen a engordar aquella hiperrealidad de la que solía hablar Baudrillard y que Umberto Eco definió, en alguna ocasión, como el dominio de la falsedad auténtica.

En inglés, se denomina hoax a las mistificaciones que,como la de Alan Sokal, juegan al engaño abusando de la credulidad odelaestupidez. El término también se aplica a las falsas noticias que se hacen circular por internet. A menudo informan de estudios académicos inexistentes realizados por instituciones ficticias. La fiabilidad de este tipo de estudios, a los que no hay que confundir con los informes inexistentes encargados y pagados por administraciones reales, tal vez no es muy alta. Pero no es necesariamente más baja que la de los estudios perpetrados, alasokaliana, por simulación, a los que, atendiendo alarelación entre resultados obtenidos y recursos empleados, supera en eficiencia.

lunes, 14 de marzo de 2011

Albert Chillón: La condición ambigua. Diálogos con Lluís Duch (2011)

  El profesor y buen amigo Albert Chillón nos ha regalado un libro extraordinario, La condición ambigua. Diálogos con Lluís Duch (Herder). Como ya podemos ver en el subtítulo, el volumen recoge una serie de conversaciones con el antropólogo monje de Montserrat, Lluís Duch.

Es un libro muy bien escrito que nos presenta una semblanza muy desconocida y nada tópica del conocido antropólogo catalán. Chillón da un repaso a los grandes temas de la extensa y prolífica obra de Duch, pero también hace una aproximación a su infancia, juventud, a su experiencia en la Universidad de Tübingen y también a sus vivencias en la Abadía de Montserrat. Aparece un Duch socarrón, crítico e irónico, muy libre en sus planteamientos, afable en las formas de expresarse pero directo en cuanto a contenidos.

Agrupado en quince capítulos, el libro es una bella conversación, que como si se tratara de un río, va dando varios giros a lo largo de su curso. No es una entrevista en el sentido clásico del término, sino una conversación filosófica, culta, erudita, que tanto puede elevarse a la dimensión divina, como bajar al poder terrenal y a las miserias y contradicciones que ello conlleva. El título refleja nítidamente el espíritu y la letra de la propuesta antropológica de Lluís Duch, expuesta con mucha profundidad en los seis volúmenes de su Antropologia de la vida cuotidiana, que contó, parcialmente, con la colaboración del buen amigo y profesor, Joan-Carles Mèlich.

Es un placer leerlo. Lo he disfrutado intensamente el pasado fin de semana. Es un texto que no dejará a nadie indiferente, y que ayudará a difundir la obra de Lluís Duch en los países de habla hispana en los que ya empieza a ser muy solicitada.

Recojo algunas afirmaciones de Lluís Duch que me han complacido especialmente y que expresan una profunda sabiduría de la vida, una sabiduría que sólo se atesora con el paso de los años.
"Una de las peores cosas que pueden pasarle a una persona es escribir o hablar en función de lo que los demás esperan. La galería y la vanidad son a menudo espejismos; la libertad es lo auténticamente valioso" (p. 234).

Con respecto a la filosofía del carpe diem horaciano, dice Lluís Duch: "Lo que yo intento es entenderlo y aplicarlo en el buen sentido: viviendo cada uno de los momentos con la mayor plenitud posible, y buscar en ellos sus posibilidades implícitas y al cabo la felicidad, esa meta tan complicada y necesaria al tiempo. No me refiero a la Felicidad mayúscula, sino a la que se halla en las cosas menudas, esas que hacen bueno el dicho de que lo pequeño es hermoso" (p. 252).

Una última màxima de Duch: "Las personas no podemos limitarnos a reposar en el nirvana, sino que necesitamos encarar retos y ser cuestionados. Y, a la inversa, tampoco podemos vivir en la pura acción exterior, ya que precisamos la contemplación interior" (p. 275).

Buen trabajo, Albert.

Eloy Fernández Porta entrevista a Eva Illouz (2010).

Entrevista con Eva Illouz

Texto Eloy Fernández Porta
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Foto: Albert Armengol
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Foto: Albert Armengol
 
“En política el discurso del victimismo puede convertirse en factor de manipulación” 

Profesora en la Universidad Hebrea de Jerusalén, Eva Illouz (Marruecos, 1961) se ha erigido desde principios de los años noventa en uno de los referentes principales de la sociología contemporánea de las emociones. Su obra, vertida al español en su mayor parte por la editorial Katz, examina los procesos de difusión y generalización de las convenciones sobre la intimidad y la vida privada, y sus vínculos con las dinámicas del mercado. En su libro más influyente, El consumo de la utopía romántica (2009), propone un rico y matizado examen de “la empresa del amor” y sus prácticas distintivas. Más breve pero no menos enjundioso, Intimidades congeladas (2007) contiene una modélica aproximación a los nuevos modos de afectividad creados por Internet. Su texto de más reciente traducción, La salvación del alma moderna, dibuja la historia de una victoria secreta: la del ethos terapéutico, convertido en el criterio universal para elaborar, discutir e interiorizar la experiencia de la sensibilidad.

En su último libro comenta usted que las disciplinas de análisis de la privacidad se han extendido hasta el punto de crear un código compartido, una lingua franca de psicologías y terapias. Sin ese código ya no podríamos comunicar ni compartir las experiencias íntimas. No obstante, uno diría que ese proceso sigue dos velocidades distintas. Por una parte, los ciudadanos de clase media, convenientemente informados de las doctrinas psicológicas, son adiestrados para ser sensibles, susceptibles, hipersusceptibles incluso; en cambio, otros tipos de trabajador, como los deportistas de elite, parecen vivir en un mundo prefreudiano, donde impera la lógica del ganador y el perdedor, sin matices psíquicos.

Entiendo esa idea, pero me parece que el ethos psicoanalítico, en su extensión universal, también ha llegado a esos mundos que, aparentemente, no tienen nada que ver con él. Como el del deporte de alta competición, por ejemplo. Esto ocurre porque la extensión de la razón psicológica, con sus discursos sobre el alma moderna, es un proceso demasiado extenso y envolvente como para que un ámbito social pueda quedar fuera de su área de influencia. Si escuchamos los discursos que dan los entrenadores a sus jugadores, vemos que suelen usar criterios extraídos de esa disciplina. De hecho, la noción misma de entrenar-y-asesorar (coaching) ha sido redefinida a partir de las prácticas de la psicología popular y la autoayuda. Los psicólogos, en efecto, son también entrenadores de la conciencia.

En la misma línea, también concede usted bastante importancia a la noción de “competencia emocional” (CE). A grandes rasgos, ¿cómo define ese concepto, y quién decide si somos competentes o no?

Pues, siendo un poco provocadora, diría que eso lo deciden “los psicólogos y las mujeres” juntos.

¡Es un complot!
Es una simbiosis, una relación necesaria. Supongo que habrá escuchado alguna vez una queja habitual acerca del comportamiento masculino que dice que “los hombres no escuchan…”.

Me suena.
Bien, pues esa es la frase que pone en funcionamiento el proceso terapéutico que, a su vez, es la situación en que se pone de manifiesto la necesidad de la competencia. Tomemos una situación frecuente: una pareja acude al psicólogo, o al consultor, y ella empieza diciendo: “El problema es que él no expresa sus sentimientos”. A continuación el psicólogo le explica al hombre que tiene que aprender a verbalizar sus ideas. De ese modo se accede a un nuevo nivel de comunicación y autoconciencia, basado en el uso competente de ese lenguaje. Así se produce lo que yo denomino estratificación emocional, que diferencia a los que tienen acceso a ese lenguaje de los que no han sido iniciados en él.

Así pues, la noción de CE forma parte del conjunto de los códigos de género trasladados, de las atribuciones tradicionalmente consideradas femeninas que ahora pasan a ser también masculinas.

Pues sí. El nuevo sujeto de la competencia emocional es el hombre de clase trabajadora y de clase media. Quizá sobre todo el de clase media. Este aspecto quizá se entienda mejor si definimos el concepto por vía negativa. De esa manera podemos decir que la incompetencia emocional es la incapacidad para verbalizar las propias emociones, así como la dificultad para empatizar con otras personas, y la ineptitud para resolver conflictos y desacuerdos en el trato intersubjetivo.

Supongo que esa definición genérica se vuelve más controvertida cuando se combina con las exigencias del mercado. Sociólogos como Michel Maffesoli muestran una visión muy optimista de ese nuevo mundo de las emociones: ¡Por fin nos hemos librado del cociente intelectual! ¡Ahora cuenta la capacidad sensitiva! No obstante, la noción de CE es sistemáticamente utilizada en la vida corporativa, y su objetivo no es favorecer la expresión de la subjetividad, sino crear trabajadores más eficientes, modelar la productividad.

Ah, sí, ya lo creo. Uno de los objetos centrales de mi trabajo es explicar cómo el conocimiento psicológico ha colaborado en el desarrollo del capitalismo y su despliegue. Ese es un proceso muy importante  que ha tenido lugar a lo largo de los últimos cincuenta años, y en el que han colaborado los analistas, las empresas, los medios, etc. Y en este sentido la CE es un concepto clave en la medida en que viene a sustituir el énfasis en el cociente intelectual. Es como si de pronto hubiéramos encontrado la manera de rehabilitar el mundo de las emociones, que tradicionalmente había estado en segundo plano, por detrás de la capacidad intelectiva. Pero esta idea, cuando entra en el mundo empresarial, es institucionalizada, y se reformula en términos de beneficio. Forma parte de la búsqueda de mayores ganancias para la compañía. También tiene que ver con el concepto de cooperación en el trabajo. El empleado tiene inteligencia emocional en la medida en que se muestra capaz de colaborar y que sabe hacer que los otros trabajen con él.

Usted relaciona esta idea con otro motivo importante del análisis de la jerarquía emocional: la noción de estructura del sentimiento, introducida por Raymond Williams a mediados de los años cincuenta.
La noción de estructura del sentimiento me parece muy útil, desde luego… No sé en qué parte de mi trabajo está pensando.

Bueno, en particular, en la sección de Intimidades congeladas en la que se habla de las terapias y el capital emocional. 

Ah, sí. La idea de estructura del sentimiento expresa el hecho de que las experiencias privadas se levantan sobre un modelo básico y sistemático. Eso también implica que hay experiencias de carácter social que no se pueden expresar adecuadamente porque tienen un carácter difuso, un carácter que no parece responder a ese orden preestablecido. Un ejemplo muy ilustrativo, y muy actual, es el auge de la cultura del victimismo. Este fenómeno es muy propio de los Estados Unidos, aunque no muy distintivo. Las narraciones de la víctima están cada vez más presentes en el espacio público, porque resultan muy fáciles de articular: todos tenemos alguna pequeña historia de maltrato, sea del tipo que sea. “Cuando era pequeña mis padres me ignoraban, no me hacían caso, me maltrataban incluso… ¡Merezco atención y cuidado por ello!” Esos relatos se levantan sobre una estructura determinada. Por supuesto que en la vida real hay víctimas, pero el discurso del victimismo debe ser usado con mucho cuidado, porque cuando se introduce en la esfera política puede convertirse en un factor de manipulación.

Luego, la experiencia afectiva también puede jerarquizarse o puede
adquirir una forma social objetiva.


Sí. ¿Pero de qué manera?

Por ejemplo, está toda la línea de teoría social que sitúa el sentimiento de compasión en el vértice superior de la pirámide de los sentimientos. La compasión entendida como el sentimiento rey,
el que mejor expresa nuestras cualidades humanas.


Bueno, yo no estoy de acuerdo con eso. ¿En qué autores está pensando?

En general en toda la tradición de culto a los sentimientos morales, desde Adam Smith hasta Martha Nussbaum, que puede ser vista como un intento de secularizar el código emocional cristiano, o de trasladarlo y adaptarlo al mundo capitalista y a la mentalidad de clase media.

Ya, pero aquí hay que decir que la noción de “compasión” ha sido muy contestada, políticamente. En primer lugar, por Hanna Arendt y, en general, por los políticos de izquierdas. La razón principal es que esa noción, como comentaba antes, obliga a los grupos, y a ciertos individuos, a comportarse como víctimas, a formular su experiencia en el lenguaje del maltratado. El sentimiento de piedad introduce una desigualdad en la mirada, una diferencia crucial entre el sujeto observador y el observado. Y también hay que considerar que quien sufre más no es necesariamente quien merece mayor consideración. Supongamos que tienes que escoger entre tres grupos posibles de personas que son susceptibles de ser tratadas de manera piadosa: los inválidos, los pobres y los enfermos de cáncer. ¿A quién ayudarás primero? También ahí se genera una estructura que puede ser políticamente utilizada.

Eso abre el espacio de una política de las emociones: hay sentimientos que se hacen acreedores de atención pública y, por tanto, se convierten en políticamente significativos, mientras que otros quedan desatendidos. Este aspecto se ha destacado bastante desde la teoría de género, y en particular la de Butler, cuando señala que desde un punto de vista político la melancolía no puede formularse como el duelo por un objeto inefable, sino más bien como el duelo por un objeto que no es socialmente reconocido y que, por tanto, no puede ser traducido al lenguaje de la política –como ocurría con los familiares de los primeros muertos por sida. 

Yo también soy muy escéptica respecto de los usos sociales de la compasión. Pero lo soy por razones distintas a las que esgrime la derecha norteamericana. A la gente de derechas no le gusta la piedad porque creen en la meritocracia y en la autoayuda. La suya es una visión individualista del mundo, en la cual la compasión no juega ningún papel. En cambio, a mí no me convence porque aceptar la política de la compasión nos convierte en cómplices de las decisiones públicas que se toman en su nombre.


Verano (julio - septiembre 2010)

Eva Illouz, filósofa; deconstructora de la autoayuda, la psicología y las nuevas religiones

Lluís Amiguet

"Tras forrarse con trampas nos aplican la cultura del esfuerzo"

LA CONTRA LA VANGUARDIA 14/03/2011
Foto: KIM MANRESA
Creo en ser madre

"Los hijos son la única y la última religión universal: se lo damos todo sin esperar nada. Tan sólo nos brindan una vaga promesa de recordarnos tras la muerte. Hoy la paternidad es el más abnegado y generoso de los sacerdocios contemporáneos. Porque la religión ocupa cada vez menos espacio en nuestras vidas, pero nuestras vidas tienen espacios cada vez más religiosos: regale una cena romántica a su pareja y verá cómo las luces, los vestidos y el menú se convierten en símbolos que separan lo cotidiano de lo sagrado y así crean un ritual ¿una misa de pareja? que, como todo rito, renueva un vínculo entre dos: lo fue entre Dios y los creyentes y hoy es entre los dos creyentes en un mismo amor"

Durante siglos, el ideal del hombre culto era el equilibrio.

¿En qué sentido?
Lograr la ausencia de emociones intrusas en la paz del alma. Si las dominabas, alcanzabas la ataraxia.

Y si no, eras un esclavo de tus pasiones.
El cristianismo transforma ese ideal de la paz interior en el de “la paz de Dios”; y las pasiones, en pecados. Y va un punto más allá en cuanto a reprimir el  exo. Ahora ya no se trata de no practicarlo: eso es fácil...

¡Qué me va a contar!
El cristiano debe conseguir no desearlo. Y eso requiere un cambio profundo en su conciencia, que es lo más importante de su vida.

Entonces el dinero era un pecado más.
Hasta el protestantismo, que da una vuelta de tuerca materialista a ese ideal; ya no se trata de dominarse y contemplar a Dios en la pobreza; para ser bueno y feliz debes trabajar duro y ser honesto y así llegarás a rico, que equivale a ser santo. Y, con esa moral victoriana, Inglaterra conquista el mundo.

La cultura del esfuerzo que hoy revive.
Siempre vuelve en las refundaciones del capitalismo como la que ahora vivimos. Esa moral victoriana niega la buena suerte, porque, para un buen hombre, la buena suerte sólo es el fruto del trabajo duro de cada día.

Y habría que tener algún talento...
El talento supone haber tenido la fortuna de nacer con él, y la moral victoriana sólo reconoce lo ganado con esfuerzo y honestidad.

Siempre recompensados... En el cine.
Se trataba de que aceptaras el orden establecido, y, a cambio, te brindaban la ilusión de que había una escalera social para que cualquiera –con o sin talento o apellidos– que sudara lo suficiente llegara a ser rico.

¿Y usted no cree en ese esfuerzo?
Yo creo en la historia, que muestra la cantidad de casualidad y a menudo desvergüenza requeridas para amasar fortunas. Después, el mito lo forjan los ganadores, que suelen preferir que se les admire por sus méritos personales que por su suerte, porque, como ellos, puede tenerla cualquiera.

¿Por qué vuelve esa moral victoriana?
Porque el colapso financiero ha puesto en evidencia que quienes manejan el sistema hacen trampas y aun así al fin acaban ganando. Y eso hace sentirse idiotas a quienes no las hacen y van a trabajar cada día.

También hay quien disfruta su trabajo.
Para controlar y regenerar el sistema deben volver a convencernos de que si trabajamos duro, tendremos recompensa. Por eso ahora resucitan la cultura del esfuerzo para neutralizar la de casino y la del favor político, que acaban de demostrar que sí son efectivas.

¿Y dónde está la felicidad?
En el XIX estaba en la honradez y en la riqueza, hasta que el psicoanálisis y la psiquiatría, que hasta entonces sólo se habían preocupado de los enfermos mentales, crean una categoría genial: los neuróticos. Y en los 70 democratizan la enfermedad mental.

Ya puedes ir al psicólogo sin estar loco.
Neurótico es cualquiera que sufra un conflicto interno. Es una gigantesca operación de marketing sanitario: si te enamoras de una chica, pero no te conviene, tienes un conflicto y tal vez una neurosis; o si te peleas con tu padre o los vecinos o con tu perro..., tienes conflictos y eres un neurótico.

Y tal vez necesites medicación...
Antes que las píldoras, los psicólogos conciben otro provechoso invento: la autorrealización. Ya ni siquiera necesitas un conflicto para ir a terapia. Ahora, basta con que no te "sientas realizado" para cobrarte la visita.

O al menos para venderte su librito.
Cualquiera puede pagarse ese libro que le ayude a realizarse. Y entonces aparece toda una narrativa –en su mayoría, banal– para ayudarte a realizar “todo tu potencial”.

Género en auge.
Si trabajas mucho, eres workahólico y necesitas ayuda, pero si trabajas poco  y no eres ambicioso, también necesitas ayuda, porque te falta autoestima... Debes ir a terapia.

Y se titulan por miles los psicólogos.
Nuestra vida se ve invadida por su palabrería: si te gusta el sexo y lo practicas sin cesar, eres sexoadicta y tienes miedo al compromiso; pero si, en cambio, te enamoras perdidamente de alguien y le eres fiel, eres dependiente e insegura de ti misma.

¡Qué estrés!
El gran cambio respecto a san Agustín o la moral victoriana es que hoy tu objetivo es inalcanzable: está siempre en movimiento.

Y la cartera, tras él...
Te convencen de que debes estar toda tu vida “trabajándote” y para ello  necesitas guías, terapia, libros, consultas, pastillas...

¿Y si vas a tu bola y punto?
Somos humanos y requerimos de marcos de referencia e instituciones, pero,  como están en crisis, sólo nos queda la psicología para buscar algo de coherencia. Así que ellos siguen ganando. Y ahora, con pastillas: se muere un familiar, te las dan para superar el luto; te abandona la pareja, igual. Llorar, que era lo más natural del mundo, hoy es un trauma que debe tratarse a pastillazos.

Se han medicalizado los sentimientos.
Y las carreras. Un profesional ahora debe lograr lo imposible: ser cordial con sus compañeros, pero competitivo; buen jefe, pero también buen amigo; ser simpático, pero no demasiado, porque sería débil... Ni muy enérgico, porque sería autoritario. Por eso también necesita coaching psicológico.

¿Y si te aceptas como desastre?
Siempre habrá gurús dispuestos a ayudarle: esté tranquilo.

"Nuestro cerebro aún no se entiende a sí mismo"


FUENTE: LA VANGUARDIA 12/03/2011 
Foto: Gemma Miralda

Saber los límites

Hace frío y huele a formol. La mano del doctor Morgado sostiene ante mis ojos una inquietante masa gris. Es un cerebro humano donado a la ciencia: ¿¿Cómo ¿se pregunta hamletiano Morgado¿ este mero trozo de carne puede convertirse en pensamiento?¿. Y resuena en la cámara su respuesta sabia e inesperada: ¿Llevo toda una vida dedicado a responder esta pregunta y no es que no tenga respuesta... Es que no tengo ni una hipótesis¿. Después ¿más sabio aún¿ concluye que el secreto del bienestar es conocer y aceptar tus límites, aunque aspires con realismo a superarlos: ¿Y me temo que, por ahora, la neurociencia tampoco ha logrado curar ninguna de las grandes enfermedades mentales¿.
Llevo toda una vida pensando el cerebro...

¿Y...?
Ha llegado la hora de reconocer lo que no podemos explicar.

Un ejercicio muy sano.
El único posible ante el gran problema: ¿cómo esa masa de carne que es nuestro cerebro se convierte en pensamiento?...

¿Y no tenemos alguna teoría?
Ni siquiera hipótesis.

¿Ninguna, aunque sea peregrina?
Ninguna seria. En cambio, si usted me preguntara: ¿hay vida en otros planetas? Podría aventurar hipótesis: que los marcianos son verdes o amarillos... Pero sobre cómo lo objetivo se convierte en subjetivo, ni eso.

Conclusión...
Pues que ante el enigma del cerebro y la subjetividad somos como un mico que tratara de resolver ecuaciones.

Hay monos muy listos.
Pero ninguno sabe resolver una raíz cuadrada, y ¿sabe por qué?

¿...?
Porque no le hace falta para adaptarse a su medio. ¿Un mono es inteligente?

¿...?
¿Inteligente para qué? Lo es para vivir en la selva, pero no para las ecuaciones. Al hombre le pasa igual: no necesita entender el cambio de la materia al pensamiento para adaptarse al medio y, por eso, no hemos evolucionado hasta comprenderlo.

¿Y no lo comprenderemos nunca?
Sólo si lo necesitáramos para adaptarnos. Porque eso es nuestro cerebro: un eficiente órgano de adaptación al medio. Si nuestro medio no estuviera en perpetuo cambio, no tendríamos cerebro: bastaría un mero sistema automático de respuestas inconscientes.

Vivir es un problema sólo si lo piensas.
La teoría de la evolución ilumina toda la neurociencia y explica los porqués, pero no es tan buena para revelar los cómos.

Y de paso se lleva a Dios por delante.
Deploro la arrogancia de los científicos que ridiculizan la fe ajena sin ofrecer al creyente otra alternativa para esa parte de su vida. Si Dios existe para tantos es porque les ayuda a adaptarse a una existencia dura.

Dios es una emoción muy útil.
Y las emociones son como atajos en la cadena de razonamiento. Usted apenas ve las rayas de un tigre y ya está corriendo sin haber llegado a razonar “rayas, luego tigre, luego peligro, luego corro...”. Así salvamos la vida.

O nos pegamos un susto tonto.
Las emociones forman parte de la respuesta cerebral a los desafíos del medio. El secreto del equilibro no es reprimirlas, sino aprender a gestionarlas utilizando la razón.

Por ejemplo.
Ser un celoso es evitable; sentir celos, no.

Es más fácil decirlo que conseguirlo.
Si comprendemos la utilidad de nuestras emociones y su sentido bioevolutivo profundo, nos será más fácil controlarlas.

¿Por qué sentimos celos?
Quizá para evitar invertir recursos en la cría de un descendiente que no lleve nuestros propios genes. Los celos de las señoras, en cambio, intentan evitar que el macho los invierta en otras hembras y sus progenies.

Palabra de Darwin.
Podríamos describir así con facilidad la utilidad evolutiva de cada una de nuestras emociones: amor, odio, envidia, miedo, admiración, y las conductas que procuran: fidelidad, obediencia, temor...

¿No existe ninguna emoción inútil?
La emoción misma suele ser útil, pero existen reacciones inútiles y nocivas a esas emociones. El arsenal bioquímico que las emociones desencadenan en nuestro cuerpo sirve a nuestra adaptación, pero sólo si aprendemos a modularlo. Las emociones útiles en las cavernas debemos aprender a canalizarlas en una cena de gala.

¿Todos sentimos igual?
No, nacemos con reactividad emocional diferente y aprendemos o no a controlar y expresar nuestras respuestas emocionales.

Inteligencia emocional, supongo
Y el desajuste emocional acaba siendo una falta de adaptación al medio.

¿Cómo?
Cuando usted ambiciona más de lo que puede conseguir, genera estrés. Por eso, el secreto de la tranquilidad es ser consciente de tus límites y aprender a modular en consonancia tus emociones.

No enamorarse de Scarlett Johansson.
Enamorarse, ¿por qué no? Eso es perfectamente posible, otra cosa es pretenderla. Si es demasiado ambicioso o soberbio o las dos cosas, sus emociones le empujarán más allá de lo que puede ofrecerle la realidad.

¿Eso es estrés?
Y el origen de todas las frustraciones.

¿Estas ratas suyas le enseñan cosas?
Cada día. Somos pioneros en estimulación eléctrica intracraneal. Mediante pequeñas descargas eléctricas mejoramos su capacidad de aprendizaje y memoria.

¿Cómo?
Según sus reacciones, las clasificamos en mejores y peores para aprender. Con el estímulo adecuado las ratas menos hábiles o incluso las más viejas y enfermas... ¡hasta llegan a superar a las más jóvenes y capaces! Demostramos así que la estimulación puede vencer a la vejez y la enfermedad.

Dios ante la neurociencia. francisco Mora: Dios ante la neurociencia (2011)


Libros

FUENTE: ABCD 13 de marzo de 2011 - número: 988





La crítica de las creencias siempre ha suscitado más reacciones colectivas e institucionales que las críticas de las teorías científicas. Los científicos suelen abandonar una hipótesis cuyas pruebas no confirman su propuesta teórica. Se trata, en este caso, de un mundo sostenido por la búsqueda y la comprobación, por la defensa de ciertas teorías, pero desde la actitud de la espera y la investigación incesante.

Francisco Mora es catedrático de Fisiología Humana y autor de varias obras sobre neurociencia. En El dios de cada uno ensaya la búsqueda de los mecanismos cerebrales de la construcción de la fe, sustento de todo deísmo.

La causa primera

Las negaciones científicas de Dios como figura absoluta, como causa primera, han adoptado varias formas a lo largo del siglo XX. Dios, han dicho muchos de nuestros mejores científicos y filósofos, no es un tema de la ciencia o de la filosofía.

Otros, como el maravillosamente controvertido Richard Dawkins, experto en evolucionismo, piensa, creo que con razón, que desde un punto de vista científico no es lo mismo un mundo con Dios o sin él y, por lo tanto, sí hay algo que decir. Este mismo autor ha escrito un libro que Mora podría haber aprovechado más en la primera parte de su obra, El espejismo de Dios, así como creo que habría enriquecido su exposición, desde el lado filosófico, haber tenido en cuenta La vida eterna, de Fernando Savater.

Hay en Mora (no sólo en él, y en este sentido nos hallamos ante un innecesario reduccionismo cientificista) una creencia -la de que todo se explica por el cerebro-, un exceso de localismo: es en el cerebro y en su estudio «donde se encuentra la única vía posible para hallar una más cercana "realidad" del hombre y de cómo construye sus ideas»: si influimos en determinadas zonas, si observamos la actividad cerebral en relación a ciertos pensamientos y emociones, etc.

Una zona del cerebro

No niego su pertinencia, e investigadores como Antonio Damasio están aportando conocimientos asombrosos sobre la formación y el proceso de la cognición que no debemos ignorar, pero no creo que se añada mucho señalando que el acto de pensar en Dios y en el resto de las construcciones abstractas active una misma zona del cerebro. Lo podríamos reducir aún más: sin vida no hay pensamiento.

No sugiero que la ciencia cognitiva no explique muchos aspectos, y el mismo Mora lo hace con competencia en la parte más científica de este libro, sino que hay que tener cuidado con afirmar que las ideas se explican por el análisis, todo lo complejo que se quiera, de la actividad molecular y neural. El tema es largo y merece que se lo tome en serio. En cuanto a la defensa de Mora del pensamiento científico y crítico, en la vieja línea de Popper y Russell, nunca se hará lo bastante en este sentido.

Lo que Mora afirma es que Dios forma parte de la fe y que parece evidente la imposibilidad de construir alguna verdad sobre la fe. Defiende (como algunos creyentes) la religiosidad íntima como legítima. Dios, según Mora, participa de la actividad cognitiva relacionada con la «adaptación al medio sensorial y social» y ha tenido un valor «de supervivencia para el individuo», pero no nos ayuda a comprender el mundo.

Juan Malpartida

Javier Gomá: Ingenuidad aprendida (2011)

Javier Gomá Lanzón

Javier Gomá Lanzón

  • Nacimiento:1965. Lugar: Bilbao
  • El grito de guerra de Javier Gomá


    FUENTE: ABCD 13 de marzo de 2011 - número: 988 http://www.abc.es/abcd/noticia.asp?id=15985&num=988&sec=32
    Una de las razones por las que la filosofía no ha ocupado el lugar que le corresponde en la España actual es simplemente por la ausencia de grandes pensadores con capacidad para dar una interpretación filosófica a los problemas de nuestro tiempo. Por fortuna, Javier Gomá ha logrado llenar este hueco en la cultura española, como mostró en su trilogía de la experiencia de la vida, y muy especialmente en su ensayo Ejemplaridad pública, que tuvo tan buena acogida por tratar un tema de máxima relevancia en la democracia contemporánea. Su último ensayo, Ingenuidad aprendida, aporta nuevas claves para comprender nuestra civilización y mejorar su funcionamiento, y consolida a Gomá como referente en el pensamiento español.


    Ingenuidad aprendida, libro corto pero intenso, de prosa elegante y cautivadora, es descrito por el autor como un grito de guerra, un modo de hacer filosofía y ofrecer del tiempo presente un ideal positivo capaz de movilizar sus fuerzas latentes, en un momento de pérdida de veracidad de la cultura occidental. En él se propone hacer una filosofía mundana con proyección universal y lograr que el pensamiento retome su cauce natural, que es el de servir a las personas en sus trayectorias vitales y en la interpretación de la realidad. Para ello, reivindica la curiosidad por la vida humana y recomienda la ingenuidad como método de pensamiento.

    El capítulo central, «Ingenuidad aprendida», incluye una explicación pormenorizada de este término como método filosófico. Según el autor, el exceso de lucidez es paralizante; en cambio, la ingenuidad es osada, se atreve a atravesar la nube luminosa del escepticismo, el relativismo y el particularismo que nos rodea, y permite llegar mejor a la objetividad de las cosas. La ingenuidad abre camino a una experiencia universal. Advierte también que ingenuidad no es ignorancia, ni tampoco espontaneidad irreflexiva. Se aprende tras una larga educación y muchas aventuras, dice Gomá.

    Mediante esta ingenuidad aprendida, el autor aporta una lúcida interpretación de la realidad social y política, y muestra contradicciones intrínsecas de nuestro sistema utilizando sugerentes metáforas y lanzando brillantes ideas para su regeneración. Hace referencia a la ejemplaridad pública, tratada detalladamente en su ensayo del mismo título, y explica por qué la esfera política, ahora más que nunca, es la esfera de la ejemplaridad. La política es hoy menos cuestión de cosas, planes, programas y proyectos, y más de personas en acción; menos de res publica y más de dramatis personae, explica. Así lo muestra el caso del propio Obama, que se sirvió de dos libros autobiográficos y del ejemplo de su vida para lanzar su candidatura a la Presidencia de Estados Unidos.

    Teoría de la vida

    Los siete capítulos que componen este libro tratan asuntos filosóficos muy diversos que permiten entender el pensamiento del autor en muy diversas facetas; entre ellas, su interpretación de la filosofía de Ortega. Muchos de los que han leído a Javier Gomá se preguntarán qué opina del pensamiento orteguiano. Dos capítulos del libro lo abordan. En el primero, dedica una crítica al análisis de la teoría de la vida de Ortega. En el siguiente, reconoce su admiración por él; entre otras cosas, por su mundanidad. Gomá explica las razones por las que la lectura del gran filósofo es tan aleccionadora y placentera: «La prosa orteguiana persuade, convence, entretiene. Hay filósofos más originales, más creativos, más innovadores o más geniales que él, aunque pocos derrochan tanto talento».

    Tras dedicar el ensayo a reflexionar sobre múltiples temas de la filosofía mundana, Javier Gomá centra el último capítulo en la vida privada. Quizás este texto sea el que más haga justicia al grito de guerra que pretende ser este ensayo con el que replantearse algunos principios sobre los que se asienta nuestra sociedad actual.

    Polos en tensión

    La evolución de la vida privada y su influencia en la esfera pública son cuestiones esenciales para entender muchos problemas de la sociedad contemporánea, como muestra Gomá. Según el autor, en la Historia ha habido una tensión entre dos polos, el del colectivismo estatal y el del subjetivismo. La evolución de los derechos del individuo y su libertad ha implicado el retroceso de un espacio similar antes ocupado por el Estado, y por consiguiente el Estado ha renunciado a la antigua pretensión perfeccionista de inculcar virtudes entre los «súbditos». Esto ha llevado a un deslizamiento en el que se aprueba el derecho de cada uno a disfrutar de su vida privada sin coacciones, y de ahí se deduce de modo insensato que cualquier ejercicio de este derecho vale éticamente lo mismo, asegura Gomá.

    Este divorcio entre lo público y lo privado que se da en nuestra sociedad difícilmente puede contribuir al ideal democrático de la filosofía mundana defendido por Javier Gomá, que es el de la ejemplaridad. Como concluye este capítulo, «la democracia ha renunciado a los estados perfeccionistas que señalan al ciudadano una particular concepción del bien y del mal pero no ha renunciado ni puede hacerlo a un pefeccionismo de mores».

    Una frase que llama poderosamente la atención es la de que «el hombre es libre antes de aprender a serlo», y sería interesante, quizás en otro libro futuro, que el autor reflexionara sobre el aprendizaje de la libertad y los problemas que implica ser libre sin saber realmente ejercer esta libertad.

    Se esté o no de acuerdo con las ideas que propone Javier Gomá, su ensayo logra un objetivo fundamental: obliga al lector a utilizar esa ingenuidad que reivindica el autor para desarrollar un pensamiento crítico que contribuya a la evolución de la sociedad.


    Súbdito por fuera, libertario por dentro

    JAVIER GOMÁ LANZÓN BABELIA 12/03/2011

    Apabullado por un exceso de leyes y normas de todo tipo, el ciudadano clama por la libertad en su vida privada

    Ahí va un acertijo: "Súbdito por fuera, libertario por dentro, ¿qué es?". Si no lo adivinas, te doy algunas pistas. Hoy el hombre común, el hombre de a pie, se halla siempre fuera de norma. Son tantas las leyes concurrentes y de origen tan diverso que es muy difícil, si no imposible, conocerlas y cumplirlas todas y ni la más escrupulosa de las conciencias puede evitar, siquiera por inadvertencia, contravenir algún artículo perdido de una de esas miles de disposiciones normativas vigentes. Toda clase de normas -circulares, ordenanzas, decretos, reglamentos, leyes ordinarias y orgánicas, directivas- y toda clase de fuentes -municipales, autonómicas, estatales, europeas, internacionales, multiplicadas con concejalías, consejerías, ministerios y agencias independientes- se entrecruzan y solapan en confuso y espeso entramado para caer como una plaga sobre el desavisado ciudadano. Hacer en la propia casa una reforma o una fiesta con música y baile, encender un cigarrillo, comprar una botella de vino, tirar unas pilas a la basura, pasear el perro, ir a pescar o incluso, para quien se le antoje, torear desnudo en la dehesa a la luz de la Luna son comportamientos intensamente regulados por leyes urbanísticas, vecinales, viales, medioambientales y fiscales por razones todas ellas tan atendibles como agobiantes.
    El Estado debe aceptar un límite infranqueable, que es el dibujado por el perímetro de la 'interioridad'
    ¿Y qué decir de las obligaciones tributarias, laborales, sanitarias o administrativas que gravitan sobre el contribuyente de toda condición, desde renovarse periódicamente el pasaporte hasta pasar la ITV del coche antiguo? Y si alguien, en un momento de trance, decide constituir una de esas pequeñas y medianas empresas, muchas veces familiares, que forman el tejido productivo de un país -una mercería, una carnicería, una consulta médica, una peluquería, un taller mecánico-, ha de estar dispuesto a adentrarse en una selva legislativa indomeñable que asfixia su bienintencionado propósito con el requisito de multitud de licencias previas y, una vez en funcionamiento dicha empresa, la vegetación exuberante de preceptos aplicables, si se propusiera observarlos todos al detalle, apenas le dejaría tiempo para ocuparse de las necesidades sustantivas del negocio. Con la consecuencia, en fin, de que como el hombre tiene que vivir y las empresas que producir, aun los más legalistas de esos hombres y de esas empresas acaban incumpliendo alguna de esas infinitas regulaciones que lo reglamentan todo y, por consiguiente, en mayor o menor medida incurren en comportamientos punibles.

    Por incuria o por táctica, las autoridades administrativas no aplican siempre las sanciones previstas en el ordenamiento para esas desviaciones toleradas de facto y el resultado práctico es que el ciudadano común es invariablemente un sujeto fuera de norma sobre el que, con arreglo a la ley, pende siempre un justo castigo, lo que, en sentido estricto, le convierte en súbdito a merced de la arbitrariedad de los poderes. Quizá las revoluciones modernas han librado al hombre del deber de rendir homenaje a un príncipe altivo pero nadie le ha exonerado aún de la servidumbre de implorar la benevolencia de las oficinas burocráticas.
    El hombre se toma venganza contra esta maraña insoportable que envuelve el espacio público replegándose en su jardín privado, donde por fin se siente libre. Frente al reglamentismo jurídico-burocrático del orden social, la embriaguez de una vida privada refractaria a toda norma en general, ya sea jurídica, ética o estética. En determinado momento de la historia reciente el hombre llegó al siguiente pacto social: de un lado, el monopolio de la violencia legítima se confía al Estado, el cual se reserva la potestad de aprobar leyes vinculantes sobre la exterioridad de la vida y a ejecutarlas coactivamente por medio de su cuadro de funcionarios, una potestad de la que el Estado ha tenido que hacer un uso expansivo en los últimos tiempos por la complejidad inmanente al control y gobierno de una sociedad como la nuestra caracterizada por el ascenso de la masa al escenario de la historia.

    Ahora bien, en el ejercicio de estas prerrogativas exorbitantes el Estado debe aceptar -es la otra cláusula del pacto- un límite infranqueable, que es el dibujado por el perímetro de la interioridad de la vida privada, un ámbito donde se le reconoce al yo el derecho inconcuso a elegir sin interferencias el estilo de vida que desea sin necesidad de rendir cuentas a nadie, se diría que ni siquiera a sí mismo, porque el pluralismo relativista producido por el declinar de las ideologías ha liberado a ese yo emotivista del deber de atenerse a reglas éticas universales y ha hecho del fuero interno un lugar libertario sin ley, donde no cabe discriminar entre formas superiores e inferiores de uso de la libertad y todo está permitido mientras no perjudique a tercero.
    En suma, normativismo y anomia son los dos rostros, cada uno mirando a un lado opuesto, de ese Jano bifronte que es la cultura contemporánea. Y la consolidación reciente de la democracia de masas no ha hecho más que apuntalar esta tensión no resuelta, porque la coactividad burocrática que ocupa el fuero externo está legitimada por los impecables procedimientos de nuestro Estado de Derecho, fundado en la soberanía popular, mientras que, por su parte, la anarquía moral del fuero interno se halla protegida, al máximo nivel, en la tabla de derechos fundamentales de las constituciones modernas.

    Ya he dado suficientes pistas para resolver el acertijo propuesto al principio: "Súbdito por fuera, libertario por dentro, ¿qué es?". Lo has adivinado: somos tú y yo, querido lector, mientras este dualismo anacrónico siga presidiendo la organización de nuestras vidas, divididas absurdamente en dos compartimentos estancos. Al final hemos caído en los dos peligros que, con rara clarividencia, ya avizoró Tocqueville cuando dijo que "la igualdad produce en efecto dos tendencias: la una conduce directamente a los hombres a la independencia y puede empujarlos a la anarquía; la otra les conduce por un camino más largo, más secreto, pero más seguro, hacia la servidumbre".