lunes, 19 de septiembre de 2011

¿En qué ha quedado el proyecto de la Ilustración? ¿Por qué?

Muchos hablan de un Occidente desfalleciente en el que el sueño de la Ilustración parece estar acabando consumido por la desconfianza y la desafección a las instituciones que lo encarnan y un clima de desazón e incertidumbre que lo corroe todo. ¿Por qué?. ¿Los indignados del 15-m pueden representar una puerta a la esperanza? ¿Qué debemos hacer?


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Regenerar la democracia, de Albert Chillón y Lluís Duch


LA VANGUARDIA, 25 de junio de 2011 

El 15-M está llamado a ser asumido como un potente tónico para nuestra fatigada aunque bisoña democracia
 
Desde la eclosión del 15-M ha ido creciendo una alarmante escisión entre el abanico de iniciativas y protestas cívicas, por un lado, y el establecimiento de poder y sus vertientes partidarias, sindicales y periodísticas, por otro. Tanto es así que se ha abierto una ominosa dicotomía entre la sociedad civil y la sociedad política, que corre el riesgo de agostar el suelo de legitimades y consensos en que se asienta la democracia, ese perfectible aunque sin par complejo de equilibrios del que es garante el Estado de Derecho -Generalitat incluida-.

Contra lo que ciertos profetas del desastre auguran, sostenemos que esta encrucijada posibilita una regeneración democrática vital para arrostrar la dramática crisis social y económica que aqueja al país y a Europa. Y también que su consumación, de llevarse a cabo, requeriría tender puentes entre ambas orillas.

Incontables ciudadanos de toda laya y edad están siguiendo los sucesos en curso con una actitud que combina esperanza y desazón. Las razones para la inquietud son variopintas, como expertos y articulistas expresan en páginas y pantallas. Y arraigan en la crisis general y época que vivimos, señalada por una mutación plenaria y planetaria del globalizado capitalismo, cuya impune plutocracia está poniendo de rodillas a los estados; socavando el statu quo vigente desde el fin de la Segunda Guerra; y derruyendo el edificio alzado por el compromiso histórico entre la vieja burguesía y los movimientos revolucionarios y reformistas, expresado en el Estado de bienestar y en la vigencia del ideario socialdemócrata, hoy poco menos que desahuciado.

La ruina de amplias capas de población, la creciente vulnerabilidad y la precarización de los otrora instalados son los síntomas más visibles de una metamorfosis que no sabe de patrias. Justo cuando más arrecia la insultante prepotencia de los mercados y los poderes fácticos, más patente se torna el deterioro de la autoridad democrática y la urgencia de restaurarla, tal como estos días -con preponderante y honroso civismo- están pidiendo los indignados.

Hay, con todo, razones para la esperanza. Tomadas en su esencia y conjunto, las distintas facetas del movimiento 15-M conforman uno de los más relevantes eventos de las últimas décadas, llamado a ser asumido como potente tónico para nuestra fatigada aunque bisoña democracia. Lejos de poner en jaque sus ideales, como ciertas voces pregonan, les rinde homenaje al denunciar las patentes corrosiones y corrupciones que sufren, y al vindicar reformas proclives a su consumación -entendida como horizonte al que debe tenderse siempre, por más que nunca quepa alcanzarlo-. Pese a sus carencias y errores, el 15-M trae luz y aire frescos que ninguna persona sensata y cabal debería ignorar: una aún balbuciente y deslavazada crítica contra la vigente institucionalidad, aquejada por una degeneración que gobernantes y ciudadanos precisan resolver a una.

La galerna que atravesamos sólo podrá ser afrontada si ambas sociedades, la civil y la política, detienen el rampante cisma y colaboran en regenerar la perfectible democracia de que ya disponemos. Estamos convencidos de que, plural como es y debe ser, el parecer mayoritario rehúye el arsenal de tópicos y simplezas que están cundiendo, tanto entre el grueso de las filas establecidas como entre parte de las indignadas -humilladas y ofendidas, no se olvide, por el mayor expolio social, político y económico del último medio siglo-. Y de que incontables ciudadanos de bien estiman suicida que tan crucial diálogo entre ambas partes se degrade en monólogo ciego, sostenido a costa de sofocar o marginar a los discrepantes.

Amén de persistir, articularse y crecer, la hasta hace poco demudada sociedad civil puede aportar a la sociedad política un horizonte utópico que ésta ha perdido en gran medida: metas y valores -inherentes al democrático ideal- que la partitocracia tiende a trocar en hueras liturgias, obcecada como está por inmolar cualquier trascendencia en el ara del dios mercado. Se trata de un viento regenerador que el Estado y sus institutos tienen el deber de asumir de buen grado, conscientes de que su cabal supervivencia dependerá de que recobren esa conexión con la ciudadanía que reclaman con justicia los indignados.Para lograrlo, estos han de evitar que se esclerosen y perviertan las virtudes que mostraron al principio, y superar las tentaciones que acechan a todo movimiento incipiente: la candidez reivindicativa, el aventurismo iluso, el demagógico y unánime narcisismo y la pulsión de ignorar cualesquiera herencias, incluido el indispensable acervo de legalidades y legitimidades que el Estado de derecho brinda.

Al establecimiento de poder, por su parte, le atañe superar el paranoico enroque con que ha respondido a los indignados con causa. Dotado de medios de los que carece la sociedad civil, cabe exigirle que asuma con generosa prudencia la exhortación colectiva, y que evite que la letal dialéctica amigo/enemigo arruine toda esperanza. La democracia no es un factum logrado, sino un empeño que siempre se halla en camino. Y su regeneración es de todo punto perentoria e imprescindible, la única vía para afrontar el desafío en ciernes.

Albert Chillón, profesor titular de la UAB y escritor. Lluís Duch, antropólogo y monje de Montserrat.

No es verdad, de Albert Chillón y Lluís Duch


La Vanguardia, 16-sept-2011
Occidente, Europa y España se  debaten al borde de un vertiginoso torbellino, el mayor peligro que han encarado desde el final de la Segunda Guerra. Algunas de sus naves amenazan naufragio, y en casi todas cunde la alarma por las pérdidas que crecen a ojos vista. Mientras ciertas élites se libran de él o se lucran a sus expensas, la ciudadanía vive el acre despertar de un ensueño de falsa pujanza, y descubre que el crucero europeo sufre el asedio de una globalización sin riendas, y sobre todo de la venal desregulación promovida por un dogmatismo ultraliberal que se ha enseñoreado del Primer Mundo, a costa de los derechos y garantías conquistados tras 1945.

Alentada por el grueso de las instituciones financieras, políticas y mediáticas, la espejismo de prosperidad que ha gestado el tsunami nació con las ya lejanas presidencias de Reagan y Thatcher; se nutrió de la ruina de la utopía socialista que la caída del Muro de Berlín resume; campó por sus fueros con la constelación neocon fraguada en la era Bush -tan activa hoy y aquí, así en el PP y CiU como en el PSOE incluso-; y fue artículo de fe para la ciudadanía de una supuesta non stop society que habría hecho coincidir realidad y deseo por vez primera en la historia.

Incluso la palabra crisis,tan difícil de evitar, forma parte de la general impostura, ya que otorga un sesgo cuasi meteorológico al metódico -y en buena medida deliberado- desahucio de las democracias vigentes. Con el Estado de bienestar, cercenado por políticas inspiradas en una panideología neocapitalista que descarta toda crítica y alternativa, va socavándose el patrimonio de justicia e igualdad arduamente conquistado por las clases subalternas en el último siglo y medio. Pero sobre todo va arruinándose el imperfecto aunque indispensable complejo sociopolítico llamado democracia, y con él el legado ilustrado que la modernidad alumbró con dolor y sudor extremos.

Ahora la resaca de la general embriaguez se tiñe de angustia, y revela que el balneario del que creíamos gozar es un purgatorio para demasiadas personas, abrumadas por drásticos recortes en sanidad, educación y recursos que ni siquiera rozan a las más pudientes. Son, de hecho, las que ya vivían en la pobreza y las clases medias que van despeñándose en ella quienes arrostran la factura, acogotadas por draconianas hipotecas y deudas, por la rampante precariedad y por la indefensión jurídica ante los desmanes de las instituciones financieras y de los mismos gobiernos, empeñados en pregonar -con patriótica prosopopeya- que no cabe más respuesta que tamaña injusticia.

Es preciso recordar, no obstante, que el pandemonio en curso fue bendecido ya en 1992 por el doctrinario neocon Francis Fukuyama, quien pregonó que el derrumbe del bloque soviético habría certificado el presunto fin de la historia, entendida como lucha entre clases e ideologías; que la ortodoxia neoliberal se habría impuesto a las utopías emancipatorias; que el capitalismo no sería un sistema más, sino el único factible; y que los EE. UU. anteriores al 11-S serían poco menos que una utopía encarnada: auténtica hictopía en la Tierra.

La libertad requiere la autonomía responsable de los ciudadanos, pero estos tienden hoy a integrar una neoservidumbre sofisticada, secuestrados por los mistéricos mercados y sus tecnocracias.

El siglo XIX extrajo una gran lección de los perversos efectos de la revolución industrial: se reveló perentorio instaurar los cauces de ayuda mutua y afiliación de los que proceden los tradicionales sindicatos y partidos; e impulsar proyectos emancipatorios que, en proverbial expresión de Marx, exigiesen de cada quien según sus capacidades y le proveyesen según sus necesidades.

Los idearios de reforma y revolución que entonces cundieron, con el marxismo al frente, tuvieron la virtud de desvelar la inhumana explotación que acarreaba el mercado libre, y de promover una alternativa global que espoleó los principales movimientos sociales modernos. Es cierto que tan auroral ensueño devino pesadilla en la URSS y sus satélites, pero también que desde 1945 -en Europa occidental al menos- permitió interpretar y denunciar la apropiación desigual de la riqueza, y fomentó vías democráticas que mitigaron su azote.

El pensamiento único que nos asuela soslaya esa herencia adrede, obcecado en consumar su hegemonía a cualquier precio. Pero la ciudadanía debe avivar el seso y recordar su imperecedero mensaje de justicia y liberación, y así combatir los desmanes de un hipercapitalismo que tiende a convertir a los gobiernos en marionetas y a los ciudadanos en súbditos inmolados en el altar del beneficio sacrosanto con el que especulan quienes perpetran sus arterías entre bastidores. Ha llegado la hora de disentir y decir no. No es verdad que estas sean las únicas medidas posibles para afrontar la crisis;ni que sus costes se estén repartiendo; ni que haya que suprimir aulas y ambulancias, quirófanos y urgencias. Tampoco lo es que los grandes salarios, beneficios y fortunas sean intocables amén de invisibles, por más que gobernantes y expertos lo repitan hasta el hartazgo. Hay mucho dinero blanco y negro en circulación, detentado por tinglados y gentes impunes. Y urgen políticas de redistribución y compensación, leyes y acciones que les pongan coto.

Albert Chillón, profesor titular de la Universitat Autònoma de Barcelona y escritor, Lluís Duch antropólogo y monje de Montserrat.

¿Es posible otra democracia?


Josep Pulido

LA VANGUARDIA 12/06/2011

El déficit de la democracia española se refleja de diversos modos: aumento de la abstención y del voto en blanco, aparición de movimientos como el los indignados del 15-M... 

¿Es posible otra democracia en España? 
¿El sistema parlamentario actual ha tocado fondo? 
¿Sigue apostando la mayoría silenciosa por el modelo actual? 
¿Puede reformarse o hay que crear otro nuevo?

Más pluralidad e igualdad

Marc Parés

El movimiento del 15-M ha puesto sobre la mesa el debate en torno a la calidad ética y democrática de nuestro sistema político en un momento en que la incredulidad de la ciudadanía hacia la política institucional es cada vez mayor. Hemos podido constatarlo en las últimas elecciones municipales, con un 45% de abstención y un fuerte aumento tanto del voto en blanco (4,1%) como del voto nulo (1,72%).

También son significativos los datos de los últimos comicios autonómicos en Catalunya, a través de los cuales se escogió un Parlamento que sólo representa al 54,83% de la ciudadanía. Tenemos, por lo tanto, una importante crisis de representatividad y, en consecuencia, de legitimidad. Este, sin embargo, no es el único problema de nuestra democracia. Tenemos también un déficit de funcionalidad. En otras palabras, las políticas públicas que están produciendo nuestros gobiernos no son capaces de dar respuestas satisfactorias a las expectativas y las necesidades de los ciudadanos.

Parece, pues, que cada vez se hace más necesario evaluar nuestra democracia y cuestionarse si puede haber otra manera de hacer las cosas. La evaluación de la calidad de las democracias, de hecho, se ha convertido en una práctica bastante extendida a lo largo de la última década. Diversas organizaciones internacionales han desarrollado índices para hacerlo (The Economist,Polity IV, Freedom House).Todos ellos, sin embargo, han tendido a vincular la democracia con el sistema político y sus instituciones, analizando cuestiones como el sistema electoral, la separación de poderes o los derechos y libertades individuales, siempre desde la óptica de la democracia liberal-representativa. En cambio, no se han detenido a analizar la calidad democrática de las políticas públicas impulsadas por los gobiernos.

Para mejorar la calidad de nuestra democracia y hacer frente a la desafección política, sin embargo, no hay bastante con cambiar la ley electoral y llevar a cabo determinadas reformas al sistema. Hace falta que nos fijemos también con las características de los procesos de elaboración de las políticas públicas. Los políticos, de una vez por todas, tendrían que entender que el voto de los ciudadanos no es un cheque en blanco.
La democracia no se construye cada cuatro años, se tiene que construir cada día. Para hacerlo hacen falta nuevas maneras de hacer política, nuevos estilos y nuevos instrumentos que permitan canalizar las demandas y que potencien que los poderes públicos no sólo gobiernen para el pueblo sino con el pueblo.

Diversos autores han teorizado sobre esta cuestión. Benjamin Barber publicó el año 1984 el libro Strong democracy: Participatory Politics for a New Age donde cuestionaba la democracia liberal-representativa. Recuperando los principios de la democracia antigua y siguiendo la tradición republicana, Barber apostaba por una democracia fuerte basada en la idea de una comunidad autogobernada de ciudadanos. Siguiendo esta tendencia, autores como Gutmann y Thompson (2004) o Habermas (1999) defienden a un modelo diferente de administración pública, capaz de elaborar sus políticas a partir de la deliberación. Una administración que escuche, fomente el debate y promueva la implicación de la ciudadanía en la toma de decisiones públicas.

Este nuevo modelo de democracia, que puede concretarse con matices y nombres diversos - participativa, deliberativa, directa-,ya se ha empezado a poner en práctica en algunos lugares. Hemos visto recientemente el caso de Islandia, si bien hay otras experiencias, sobre todo a nivel local, que ya hace tiempo que están trabajando en prácticas de profundización democrática que van mucho más allá de un simple referéndum. Ejemplos pioneros como el de los presupuestos participativos del Brasil han demostrado que es posible hacerlo. También en nuestra casa encontramos algunos municipios como El Figaró o Santa Cristina d´Aro que han apostado decididamente por otra manera de hacer política y han tenido éxito.

Es evidente que todavía hay mucho campo para recorrer y no hay recetas mágicas: hay que innovar para encontrar nuevas formas de hacer política que se basen en la transparencia, el rendimiento de cuentas y la participación. Los tradicionales consejos consultivos no son suficientes para hacer frente a este reto. Hay que pensar en otras formas de participación más flexibles, más abiertas y que realmente respondan a las necesidades de la población. Hace falta apostar por nuevos mecanismos que garanticen la pluralidad y la igualdad, que sean capaces de sistematizar las aportaciones de la ciudadanía, que lleguen a resultados concretos, que se apliquen sobre cuestiones realmente relevantes y que doten al pueblo de poder de decisión. Este nuevo modelo requiere voluntad política, tiempo y recursos, es cierto. Pero, al mismo tiempo, revierte en unas mejores políticas públicas, más creativas, más ajustadas a los problemas reales de cada territorio y, sobre todo, más justas.

M. PARÉS, profesor de Geografía de la Universitat Autònoma de Barcelona e investigador del IGOP

Las tres eras de la democracia

Raimundo Viejo Viñas

A raíz de los acontecimientos sucedidos como consecuencia del 15-M, este movimiento está marcando el comienzo de una tercera era de la democracia. Las dos anteriores fueron la de la democracia clásica y la de la democracia liberal que ahora toca a su fin. La primera alcanzó su madurez en Atenas y pervivió en los cantones suizos, burgos medievales y pueblos nómadas. Era una democracia directa y para la que no era preciso estar alfabetizado. El orador, prócer o notable, al modo de Pericles, era la gran figura sobre la que articular el régimen.

Sin embargo, la democracia clásica no era practicable a escala del Estado moderno. Para transitar a la democracia liberal sería precisa una aportación tecnológica: la imprenta. Yes que con el invento de Gutenberg nacería la esfera pública moderna, la posibilidad de organizar relaciones impersonales entre poblaciones distantes y de estructurar la democracia en unas dimensiones hasta entonces inimaginables.

Y aunque la democracia liberal era reducida en participantes (sufragio censitario) y protagonizada por notables (de Jefferson a Robespierre), la propia imprenta facilitaría a los excluidos pasar a integrar el demos de la modernidad: el pueblo.

Gracias a la imprenta, el movimiento obrero, los nacionalismos sin Estado, el feminismo, el movimiento por los derechos civiles y tantos otros, irrumpieron, ampliaron y consolidaron una democracia liberal que hubo de readaptarse a la fuerza y dejar de ser un lujo minoritario. Los partidos fueron las instituciones que articularon las representaciones útiles a la democracia liberal.

Con el 15-M asistimos a un episodio más de una nueva era democrática. Tras décadas de desdemocratización neoliberal (de transferencia de los ámbitos decisionales a la esfera económica privada, de los deliberativos a las televisiones comerciales y de los participativos al juego plebiscitario), la revolución tecnológica de internet está facilitando el paso a la tercera era: la era de la democracia absoluta.

La democracia del futuro que se constituye hoy subsume a los mediadores de antaño (notables o partidos) en el movimiento. Deviene un proceso sin limitación temporal (legislaturas), ni delegaciones sin revocación. Al tiempo que se hace global, arraiga en lo local. Su protagonista ya no es el pueblo, sino una multitud inteligente, conectada y simbiótica, que de la red va a la plaza y de ésta vuelve a la red.

R. VIEJO VIÑAS, profesor de la Universitat Pompeu Fabra e investigador del IGOP

Més sobre l'11-s

Segons les explicacions del professor Grassa, el l'11-s del 2001 no va constituir un trencament tant decisiu del canvis històrics de fons que s'estan produint al món como es va poder pensar en un primer moment i possiblement amb el temps es valorara com a un episodi més circumstancial del que sembla. El professor Grassa no nega que el fet hagi estat aprofitat pel moviment neoconservador representat per Bush per restringir llibertats i desplegar el seu programa bel·licista i radical sota l'eufemisme de la guerra global contra el terror, en contra de les millor tradicions de la Il·lustració que des del s. XVIII han encarnat els Estats Units. Però, ni Bush ni Bin Laden han tingut èxit i ja formen part del passat.

Tanmateix, el veritable canvi de fons és el que estan protagonitzat els paissos àrabs que volen començar a gaudir dels valors de la Il·lustració.

El periodista Marc Àlvaro (vegeu l'article) no sembla opinar el mateix i ell parla d'un escenari nou i inquietant que demostren el fracàs dels ideals de la Il·lustració.

Qui ét convenç més i per què?